viernes, 17 de diciembre de 2010

cuento/EL MÁS FELIZ DE LA TARDE

Resulta que no todos los pormenores son tan menores para olvidarlos o para obviarlos en el reconto de mi vida; al hacer una sinopsis de mi argumento, debo cada tanto nombrarte simplezas, ni aburridas ni nada, son botones en el disfraz de payaso. Que curioso. Porque mi vida sería ese traje a penas cómico que distrae el pésimo espectáculo de mi cuerpo, entonces.
Ayer nomás estuve toda la mañana, ubicando libros. Los sacaba de una estantería y los acomodaba en otra, al lado de otro de misma editorial, misma colección o mismo autor. Pero los que estaban más bien solos, no tenían nada que ver entre sí y entonces pensé en que si hubiese estudiado bibliotecología como aquella novia quería, estaría entendiendo en profundidad el problema. Me pareció que los libros y la templanza del cielo estaban de acuerdo con ese pensamiento. Porque en un momento entró un viento y unas páginas sueltas de un tomo viejo de Borges, se movieron como abanicándose entre ellas.
Cuando tuve mi primer libro que ya no recuerdo cuál fue, tuve la sensación de que siempre había sido un gran lector, aunque jamás había leído uno entero y tampoco leí ese. En mi, los libros son como sus marcadores: se duermen entre las páginas de mis días, y me indican donde quedé aquellas veces que lloraba frío, semillas y llanto sobre el tangerino; o dónde estuve cuando sentí que el mundo me quedaba chico y caminé rumbo a mis sueños, que no se cumplieron, porque a los treinta kilómetros los tobillos se me partían. Y siempre un libro quedó llorando conmigo hasta el cierre del día.
Cuando encontré a Kafka me hice amigo de él. Lo invité a quedarse conmigo frente al fuego, en mi casa de familia entera, pero como ya estaba muy venida a menos la salud de esta y de mi madre, sentí que no le daría el trato que quería y postergué el encuentro para otros lunes.
La razón de estos pormenores, fue, hace un par de días, el pensamiento más fuerte que tuve.
La tarde estaba calma y yo tenía toda mi vida para mí sólo. Entré a mi cuarto y vi que mi vida iba bien. Era feliz, el más feliz en esa tarde en toda la ciudad. Salí de mi cuarto y noté que el cielo sin los vidrios era más claro, que las nubes andaban más rápido, que las plantas precisaban agua. Agarré la bicicleta que le compré a Eduardo por poca plata, y confirmé la felicidad que sólo a mí pertenecía largándome al mundo a poca velocidad para que nada se me escape, y a nadie se le pase por alto mi sonrisa, la que me hacía único y ponía lejos, muy lejos del resto. Y entonces recordé que estaba llevando en el morral a Maldoror, y tuve ansiedad por recordar la frase que me había causado risa. Doblando plácidamente, pasó lo peor, me crucé a un señor que iba riéndose y me embronqué de tal forma que quise ignorarlo y no pude.
Él iba en una moto roja que tenía un niño en el asiento trasero. Me detuve, apoyé el pie en la calle y me quedé observando hacia dónde se dirigía estupefacto. Iba en sentido contrario al mío, entonces supuse que iría al barrio Charrúa. Tomé otro rumbo menos filosófico, seguro de encontrarlo tomé otra calle. En mi interior, aquella felicidad, comenzó a sentir envidia. Si yo era el más feliz en esa tarde porqué él, ese hombre insignificante que iba abrigado de más para la hermosa atmósfera que, el sol muriente arrullaba, reía; si tenía un hijo, si la moto era ruidosa, era roja¡ Yo era el más feliz de la tarde, porqué otro reía más …Entonces adiviné su destino y emprendí mi persecución.
La calle que comencé a transitar era de adoquines, mi cuerpo se sacudía más que la bicicleta, pensé que podría llegar hasta perder kilos con semejante trajín. Con todo el movimiento encima me acordé sin querer de la discusión con mi hermano por el partido de fútbol. Como estaban jugando pésimo no queríamos verlo, pero no nos pusimos de acuerdo en cual cuadro era peor, si el verde o rojo y negro. Entonces lo insulté y él se llevó el control remoto. La tele quedó en un canal que yo no quería ver y dormí con un disgusto.
Me embronqué nuevamente con un rencor doble, porque recordé algo que no quería y era mi tarde feliz. Ese hombre me la iba robando…
En el hospital había una moto idéntica. Yo ya había salido del lomo de aquella calle ancianísima. No era el mismo vehículo, le faltaban cosas, además del chiquilín, no era roja. Y cavilando así vi sobre la otra calle pasar al hombre que me robó la risa. Sentí frío y el sol ya se iba cayendo a mis espaldas, y me dio aún más bronca porque el que estaba mal acomodado en la hora y la vida era yo, que llevaba puesta una remera fina y unos pantalones claros. Ahora íbamos empatando en los motivos, para una tarde feliz.
Salí muy rápido. Mis cordones sueltos se enredaban en los pedales, tenía que ir vigilándolos, les temía como a un amigo que se le confía un sentimiento no muy claro porque ni el carácter, ni una lógica rigurosa pudo contra el desenfreno de la nerviosa emoción insipiente. Y a su vez, tenía que equilibrar el andar para no perder mi senda. Vi que unas personas sentadas en la plaza no reían, es más, estaban enojadas o eso sugerían sus ademanes, pero estaban más abrigadas que yo.
Ya no sabía qué hacía andando a toda velocidad, casi de noche y muy enfriado el cuerpo, siguiendo a un hombre que me ignoraba absolutamente. Sin mi risa de esa tarde en la cara, fui perdiendo velocidad, cada vez más despacio hasta permitirle un goce pleno de inercia a mis piernas. El hombre y su moto con el niño ya no estaban a mi alcance. Entonces me detuve y vi que estaba frente a una vidriera que al principio me pareció de una farmacia pero era de una librería. Me acerqué y reconocí varios títulos que me habían recomendado no leer, y eso me dio risa. La risa pegó en el vidrio que oficio como suerte de espejo, por el claro oscuro del interior del comercio, y se pegó en mi cara una vez más.
Así pude reconocer, extrañamente, mi error. Entré en la librería que aún estaba abierta, y compré el libro, que me dijeron, no era literatura.

poemas presentados en zonapoema

El sol excita
de soslayo las veredas.

Ya en altura deja el orgullo.

Se desvanece.

Entonces, viene
una noche,
de pasos miserables.








Ya debe ser noche,
ya debe ser.
O la luz
oscura, callada,
está buscando,
triste,
muy triste,
una nueva boca
de tierra y rocío.























negocio



Bellezas de toda posibilidad
vi ojos inútiles vi sorpresas
espantosas cuerpos en columnas
invertebradas círculos olorosos
y verdes y amarillos Bicicletas
En una esquina con vino y sin horas
descamando su negrura tres blancos,
y un negro vivo como la playa
Todos los ómnibus menos el mío
todas las luces, menos la dada
y a pleno mediodía un bebé es el
yogurt de la vida. Desmayadas,
y trepadas por mis mangas
insurrectas palabras hondo alarido
de agua enferma ¡gime! ...gime
profanado templo. Las religiones,
catálogo a color y formas del cielo
pasaban delargo yo las vi babélicas
Tu sonrisa creó todas las palomas.
Fregaderos urbanos, la gloria del
otro sobre otro sobre otros sobre
el otro lejos,
que calla Y un viejo y su peinilla
y su pañuelo y resoplido son el
novecientos Dieciocho gobierna
los sentidos hasta lavarme la cara
más tarde, y reconocer
toda la muerte que hay a la mano

















Yo nací para lavar la loza.
Enjabonado, sacar restos de comida.
Hora, hora y media, parado frente
a cubiertos, platos, asaderas,
(debo lavar las asaderas).
Pero el pensamiento, ajeno.
El propósito es altivo.
Dejo la vida al paso
grasiento de la esponja.
Mi ansiedad se calma
acorralada por lo simple.
Un barullo agudo de vidrio y porcelana…
Y hondo,
en los abismos de mi sangre,
una paz reinante
nace bautizada,
por la gloria excepcional
de la fragancia.




























Pellizco el color blando del día
y anhelo, el roce de tu espiralado pelo.
Me interno en la sensibilidad
como en un agua clara
y tu mañana hace
piruetas en mí. Permanezco en ti,
soy lo incómodo en tu sexo.
Socorro anticipado, simple caricia.
Dejo la boca en tu vértigo y quiero,
hacer de ti mi ermita, mi tumba,
compartirte sólo con la muerte.
Y en las campanadas brillantes de la tarde,
mientras el sol planea no volver a verte,
quiero ser tu órbita púrpura y fea ,
y que tu seas,
mi árbol secreto, de sueños celestes.

sábado, 11 de diciembre de 2010

cuento/UNA IMAGEN VAGA

Una ciudad y un living. Luces propicias para la lectura o para el spleen ceniciento, como una tarde invernal. La situación ideal para escuchar Weather Report. Holgazaneando mientras nadie lo impide, sintiendo, el peso de la vida, como si fuera un aura insoportable en torno a su imagen y a su nombre. Entonces un recuerdo, imperceptiblemente más vivo que la historia detrás de la historia. Y la mujer derramada en su sillón como agua en su cauce entre las grietas de un peñasco, olvida ese sitio de finas migas de soledad.
“En nombre del santo Capullo, te convierto en estrella. Flores en estrellas.”
Aquella mujer quedó atrás, en el presente. Seguirá respirando, lenta, holgazaneando. Aquel jazz lleno de juventud recorrerá los bosques encerrados en lindos marcos. Revestirá la casa de capas finísimas, como de miel, notas, mil abejas descansando mientras trabajan. Y el recuerdo es más que imagen traslúcida de tiempo. Dubitativa rompe la membrana del espacio. Y ahora es niña. Piensa como tal y el recuerdo, si por si acaso interrumpiese, será el futuro aquel, supeditado a la soledad y a la tristeza de pianos, saxos, melodías y redobles refulgentes.
Con una varita recorre, esa niña, planta por planta, desde una ruda hasta un rosal (como si estas fuesen alfa y omega y no una cromática ilusión circular como la música).
Tiene un vestido blanco que le permite andar descalza sin manchar los flecos que como finos hilos de agua, cuelgan meneándose a cada paso. Se pierde en la oscuridad, en el lóbrego patio y en la noche de epicúreos sauces y estoicos naranjales. El piso está fresco y mojado aunque permite que se lo pise con los pies desnudos. Sus ojos lloran. ¿Será por la emoción de ir haciendo magia con su rollo de papel, un tubo blanco y fino con una pequeña figura de cartón mal cortada en la punta?. Mucho no entiende porqué llora. ¿Será la tristeza de haber matado una flor al convertirla en estrella? ¿Será el miedo a su madre o, la culpa por haber traicionado a su padre al escaparse, ignorando la exigencia de no salir de la casa nacidas la luna o la noche? Aún llorando iba de flor en flor, de ruda en ruda, olvidándose poco a poco de su cuerpo de niña, raquítico, y de su rostro inventado, italiano y criollo.
El frío que sus pies sentían se evaporaba y el llanto también. Comenzaba a verse de nada, como un recuerdo. Y comprendía que su rollo de papel no hacía de vara mágica, sino que la magia hacía de su instrumento un dedo taumatúrgico.
Su cuerpo ahora era de gas, ella era sol y realmente nadaba en una constelación pues su anterior impulso en la inocencia sobre pétalos nocturnos, era entonces lo que es siempre. Y rozaba no sólo las estrellas de su cosmos (las margaritas de su patio; las corcheas impertérritas) sino el universo que tenía al alcance, y el inalcanzable. Se trasladaba con una sensación vaga de insignificancia, de tiempo en tiempo, de universo en universo.
Allí conoció soles más gigantes que ella. La luz de todos estos fuegos inmedibles le llegaban desde todas las inmensidades.
Pero entonces, la eternidad tenía esquinas y reconoció que si las cruzaba, se olvidaría de algo, que si bien no recordaba en absoluto no podía descuidar. Y se lo preguntó, qué era, y exactamente al mismo tiempo sintió la presencia de un objeto no tan luminoso, que transmitía desorientación y un algo de ondas distorsionadas. Lo rechazó sin excluirlo. Vivenció entonces como una ilusión muy poco flácida, es más, tan tangible o más que el conocimiento. E intentó, con un pensamiento preciso, identificar aquello. Supo que eran sensaciones humanas. Todo pasó.
Sintió el frío de la hierba y la humedad del barro formado por la reciente inundación del arroyo Sauce. Mas, gracias a la helada brisa, quien le supo, como una tela, envolverle toda, fue descubriendo un cuerpo, el suyo hasta saberse eso. Viendo nuevo un continente inmemorial. Descubriendo como un colono, el mundo en otro siglo. Así sintió su cuerpo: un extenso promontorio de músculos; una llanura de piel, un tormentoso diluvio, de tristeza derramada sin resguardo, desde la sangre, tras los brillos marrones, de sus ojos ausentes.
"En nombre del santo capullo, te convierto en estrella. En nombre del sol central de la galaxia te convierto en flor, flor, te convierto en flor". La niña dijo esto como si Dios fuera su verbo.
El llanto se secó instantáneamente, mientras, sus párpados delataban la aparición del sueño. Desistió esa noche de su rol de hada madrina de los matorrales, huyendo con ínfimos pasos, subiendo los peldaños del zaguán, olvidando las huellas barrosas sobre el piso de tablones. Transitando el pasillo hacia su cuarto como luz sobre espejos, muy suave, como agua en los peñascos, sobre sus cauces.
Entre dormida y maravillada, cansada por el desastre onírico; con la vigilia de haber sido viento y fuego a la vez se sacó su ropa: su pequeña bombacha que cambió por otra, limpia y perfumada; su vestidito de hilo con puntillas. Y en la misma penumbra encontró su cuerpo el interior de su cama como una lengua el paladar del otro, amante lleno de amor.
Y una sensación vaga de ser recuerdo, desembarcó su mente en un estuario algo cansado sobre una conciencia igual pero distinta. Y apareció un compás repleto de complejas dulzuras. La voluntad tornaba sin remedio al continente escuálido del presente, como los colonos exiliados hacia la ruina de todo, hacia lo peor de ellos.
La respiración se hizo más lenta, utilizando ásperos canales, y pulmones temblorosos. Retornaron los pensamientos de cuarenta años.
-La niña- pensó la mujer -aquella niña nunca se cansó de soñar y de hacer magia-. Aunque ahora la magia sea práctica, concisa, algo mediata, visible como no lo permite otra ciencia. Grandes experiencias para magias menores.
Ahora su vara es un control remoto, un celular, un soliloquio algo compartimentado.
Ya estaba plenamente consciente de su momento actual aunque hubiese deseado lo contrario. Holgazanea, sin otro objetivo que morir en ese instante como un televisor al ser desconectado.

En cualquier desamparado lugar, donde una noche no se hace noche por la luna ni por las horas, sino por sonidos tristes e inmensidades vecinas de luces eléctricas que suplantan a las flores, a las estrellas, a los padres, a las magias.
El último aliento del disco fue expulsado y la gran boca de la suite cerró sus fauces con un estrépito insoportable, dejándola atrapada en el oscuro silencio, en la bóveda.
Sólo brillaban unos dientes que la portátil salpicaba. Su mano no alcanzaba el control, sólo por eso interrumpió su ocio. Con la intención de usarlo partió hacia la muela donde el control yacía, pero en el medio del camino de su día distinguió en ella misma su infierno, su paraíso y su purgamiento. Se pasmó de sí. Inclinó su cara hacia los edificios vecinos por el recuadro de la ventana. Ya había olvidado por completo el reciente regreso a la infancia y aquella estadía en el cosmos. También se había secado el jazz insoportable a manotazos sordos de sus costas y empinadas salientes de hueso. Ahora era ahora, fría, suplida por un alter ego demasiado objetivo para lo horrendo del paisaje. Puede tirarse. Pararse en el labio de aluminio. Mirar hacia los pies del gigante de piedra. Y tentar al tedio con escapársele en picada. O puede tomar el control remoto y rogarle a la vida, música, una nueva música con que alimentarse: Kate Jarret, J. M. Serrat, Vangelis o su entrañable Mozart.
El viento en las alturas entra violento y recorre todas los túneles y sale sin cuidado de lo frágil. Es una verdadera respiración y en el medio ella, con lacrimosos movimientos, acurrucándose definitivamente en la segunda opción.
Un nuevo círculo de música giró en el aire. Logró holgazanear y ser feliz a pesar del llanto. Vangelis le pudo germinar en sus últimos minutos sanas nostalgias e ilusiones factibles, bálsamos mágicos a sus pies cansados de vaguedad y de vida.
Chariots of Fire; no son carrozas, son fuego que transporta y ella se incendió. Su corazón, acariciado apenas por la esperanza de otro recuerdo, tomó el rumbo de la muerte, súbitamente.
Y la música sonaba mientras nunca más la sangre, ese torrente histérico, sería torrente. Una a una las carrozas de la Opera Sauvage. Una a una las horas y los fuegos y el cuerpo reposando, perdido entre los dientes, dientes de las leyes, leyes de la mágica, casual, vaga existencia.

cuento/EL CÉSPED

“Aquellos árboles
hacia el poniente
en fila navegando,
y una voz de mujer,
de tarde desmayada,
una voz que me llama,
están llamando.”(...)
Libero Falco

El césped recubre el frente de su casa. El verde es indescriptible y su textura irracional, si mi mano fuera el viento diría que es el bello invisible, que crece en la cara de una muy suave niña.
Antes de llegar a su estancia, hay un camino de escombros rodeados de álamos que, ya secos, son dólmenes custodiándola y sirviéndole devotamente.
La carretera está lejos. Desde la pieza del piano, sólo se escucha el ruidoso ronroneo de algún motor pero imperceptiblemente, podría comparársele a un canto de pájaro que llega atravesando las llanas mesetas de esta tierra.
Todos los que conocen a China aseguran que no hubo mujer más bella en el pueblo. Y es posible, sus ojos diamantinos no lo contradicen, concuerdan sus manos con esa supremacía de gracia, son delgadas y si uno la mira obrar tiende a tocarlas, quiere hacerlas suyas.
Toda arrugada, llena de tiempo como lo está una cosa vieja en una estantería alta. Perdida en su huerta, arqueada, inclinada al suelo como un sauce, escarba y depura los brotes de sus futuros pucheros y pasteles. Es bella. Al atardecer, el inmenso horizonte, dice lo mismo mojado en sus ojos llenos de campesinas y trágicas melancolías.
Su día es más o menos inquebrantable. Su mañana comienza a la hora del alba, cuando el frío es intenso y húmedo, como si fuera el último fantasma de la rociada noche. Entonces uno de sus múltiples saltos de cama, cubre su cuerpo y a sus pies lo embuten las alpargatas de siempre. La profundidad de sus pensamientos es limitada, en esas primeras horas, no exceden, la altura de una revisión médica de su organismo: si sus rodillas quebradizas duelen, si los pulmones se agitan, si los dientes tambalean. Después llega al límite con dios y huele los jazmines esparcidos sobre los marcos de la ventana, sobre el piano, en la cocina, puestos en jarrón de plástico, de vidrio, viejas latas aún impermeables, y goza el aire lleno de conocidas transparencias. Lo último es un repaso al amor muerto.
-Buen día, buenos días, vieja pero tintineando- se le escucha decir a nadie.
Camina a la cocina, y allí, lo de todos los uruguayos, pero con yerba medicinal y agua con cedrón o laurel, según la dolencia. Mira siempre las plantas y los pájaros que están picoteando las migas de pan que dejó en la noche anterior.
China tiene un hermano: Don Idefonso que no está loco, pero la depresión y el mal humor que carga es tan grande que sus ojos parecen muertos.
Don Idefonso vive al lado, en un rancho a menos de veinte metros. Ese es el lugar a dónde va cuando el sol ya se larga a andar sólo en la pileta celestial.
El fuego sigue calentando el agua, ella, a velocidad considerable, intenta organizar toda la vida suministrada en todas las vidas circundantes: helechos(los acicala), camina; morrones (los palmea), camina; césped (atisba desperfectos amarillos que atenderá al regreso), llama a la gata, y la puerta sucia, oscura, anticipada por otra mosquitera, le corta el paso y la alegría.
Don Idefonso la escucha llegar acostado, Gira su cuerpo y ve la luz aproximarse. La puerta entre abierta de su dormitorio, permite que un olor ácido y repugnante deambule entre las piezas vecinas.
-¿Cómo andamos hoy Idefonso?-. Don Idefonso no habla, sólo dice histeria dislocada, borrosidades de afectos y otras desagradables respuestas.
En algún tiempo intentó abrirle las ventanas, pero después de aquel grito feroz e inmerecido, ni las mira, las desconoce.
-¿Nos bañamos hoy? mirá que viene tu sobrina angélica. ¿Nos vamos a levantar?-. Ella lo levantaba, lo bañaba; respiraba por él aire y no mierda y orín de días amontonados.
-Te dejo a la sombra. El sol va a pegar fuerte dentro de un rato. Me voy porque el agua debe estar roja de caliente.
Deduzcan ustedes las tristezas de Doña China, y agréguenle el entierro de su libertad. Su soledad, su fe, cuanta experiencia que ya no habla porque ya no lo necesita: se ha hecho piedra y nadie la ignora.
Contiene China todos los ingredientes de la historia, y corre mansa pero profunda en su monte y alto rancho sencillo.
En la cocina el vapor que sale de la caldera empañó la ventana, y China, brumosa, apura el paso y llega a tiempo.
-A tiempo- le dijo al termo que boca abierta recibía el bautismo-.A tiempo y se rió mirando a Idefonso, borroso a través de la ventana, sentado bajo el toldo de paja, espantar con movimientos haraganes siempre, una mosca grande como un ojo negro volador. Pareciera que su día late lento, como esperando a alguien o a algo, quizá a ella.
Con el mate comienza un nuevo, religioso ritual: la mamografía de la huerta. Pasando la mano por cada uno de los frutos circulares inspecciona malformaciones, pestes o plagas. Entre legumbre y legumbre, toma un mate, mira a Idefonso y añora o eso parece que hace mientras inclina la cabeza y pierde su vista en una nada antigua, con un gesto de total inercia.
Es el turno de los zapallos. Todos verdes, explosivos, exuberantes (las hormigas atormentan brotes). El mate parece un ungido para el garguero; Don Idefonso le permitió al ojo negro volador quedarse a vivir en el sombrero.
Si todo está como debe estar, y si Idefonso chifla cuando el hambre surge, como a las diez China comienza otra ceremonia: la de cocinar.
De esta manera han transcurrido cada mañana los hermanos, sólo variando los días de lluvia o cuando los visita la vecina que ellos llaman Angélica y nombran como su sobrina.
Se los puede comparar con árboles: siempre en el lugar, creciendo por obligación, hasta que se secan, poco a poco. Primero el espíritu, después la madera.

Un día, el menos esperado de los días, Idefonso murió al término de unas agonizantes once noches.
Todo indicaba que nunca habría de pasarle, porque la muerte no se lleva a los que la buscan, sino a los que aman demasiado la vida, o a los que se los obliga a desear cualquier tipo de final.
No hubo tiempo a ningún milagro. Umpierrez, el médico de siempre, no reconoció el último verbo, mientras éste, se conjugaba entre el éter y más acá.
Unas semanas antes del deceso, había aumentado su tediosa conducta. Nunca intentó suicidarse, por lo menos físicamente, porque, por otro lado, su flaqueza y pálida apariencia eran consecuencias de nula nutrición y recuerdos podridos en la orca de la memoria.
Un día, de los que estuvo internado, ronroneó distinto. El respirador dejó escapar unos sonidos guturales. Intentó parpadear, con toda la fuerza puesta en el ojo, pero nunca llegó a ser visión. A los días el corazón latió más débil, China nunca se acercó a su camilla. Permanecía de pie a unos metros, esperando, esperando.
Logró hablar, llegó a preguntar alguna cosa:
-¿Setenta años?, ¿Cómo soportaste aquello?
China llegó a abrir la ventana. Idefonso no lo pidió, se lo ofrecieron y lo aceptó con un movimiento de cabeza.
Falleció entre gritos, como un torturado. China no lloró. El cuerpo, al medio día, despedía un olor horrible. Hubo que continuar a cajón cerrado, taparlo y devolverlo a la oscuridad, antes de que se lo recordase siempre, como un hedor desagradable.

Cuando era su patio gramilla y yuyos, y aún el césped no existía como tal, la única hermana de Idefonso, un respetable productor de carnes, besó a Juan Dorrego, otro prometedor comerciante ganadero. Lo besó a escondidas, loca de amor, entre los prometedores álamos al borde del camino.
La tarde después del entierro, recostada en aquel árbol donde hubo una vez dos cuerpos, donde el atardecer no moría todavía tras los árboles, donde, hace setenta años, una boca tocaba otra boca, pone los dedos cansados de extrañar entre sus labios secos, en donde corrió la sangre aquella que hace setenta años despidió para siempre su amor muerto.
Sus dedos salieron de su rostro. Las lágrimas se multiplicaron en la medida en que el amor profanado resurgió rescatando un rostro de entre todos los rostros de su historia. Sus gemidos, como pájaros asustados, aleteaban contra las ramas al escapárseles.
En la plenitud de la tarde se escuchó una anciana lamentarse. La rabia gobernó sus músculos, sus piernas se quebraron dejándola de rodillas, las manos eran del deseo y se perdieron donde nunca nadie llegó a perderse.
Estaba en el lugar del odio y del silencio, donde Idefonso dispuesto a todo para defender su futuro, de un golpe certero en la cien mató a Juan. Hace setenta años calladamente enterraron un cuerpo y la esclavitud quedó firmada bajo el sello de una mirada inquisidora.
Ahora sí llora y se duele por ella, y dulcemente espera, que la lluvia caiga pronto y con fuerza, sobre su campo, sobre su césped, sobre su historia.

cuento/MILAGROS DE BAJO COSTO

Hoy volví por callejuelas de amor, perdidas entre esquinas oscuras de un barrio aún más desdeñable.
Parco, sinuoso, mi aspecto es asqueroso, de barba ociosa y ropa sucia, la mugre del que labura en la grasa de los motores. Pero hoy no tengo ganas de acordarme de quien soy, de quien usa mi cuerpo para revolcarse bajo el esqueleto desecho de esos Ford irreconocibles que, insultan a los colores.
¿Qué condición de la naturaleza humana hace que la gente se empecine en mantener de pie semejantes porquerías? Armatostes odiados en la ruta, puteados, porque van asqueando, son colecciones arruinadas de pasados. Pero basta de mí. Estoy deprimido, grasiento, con un cigarrillo entre mis labios duros y secos, ancianos, vírgenes de besos, besos perdidos, como aquellos otros labios, en el recuerdo de una cara entera, la cara de ella, María Esther.
Lo único que quiero es perder el tiempo y soñar con que me apodero del sexo de algunas de esas mozas pinturrientas del Colegio Alemán, que aparentan ser los centros de los mundos, y es cierto. Cuando pasan esas jóvenes los hombres giran a su alrededor como planetas en sus órbitas gemidísimas, desechas, inevitables. Pero, me quedaré acá, en esta mesa solitaria, emborrachándome sin honor y sin deshonra.
Porque se me antoja voy a escribir de Pablo, aunque en realidad se llame Timoteo. Sí, tiene su nombre raíz de glándula, con sufijo divino; lo detesto. Hay padres que piensan desquiciados cardúmenes de nombres y se deciden por los peores. Si le voy a poner María Esther. Después de pasar por otros sonorísimos y significativos, se estancan en la peor combinación de letras...Y sí, dije María Esther.
Hoy como yo, debe estar condenada a la adultez. Yo no la amo, pero la tengo en la memoria tan querida que duele, y duele tanto que sangro su nombre siempre, aunque decididamente esté escribiendo de otro, de otra cosa u otra mierda en mi pecho. Yo decidí hablar de Pablo y aquí estoy, tratando como hormiga en el agua de salir por algún costado seco. Imposible. Estoy empapado de ella y su nombre manchará las hojas aunque me siente para tratar de cicatrizarla. Ni mi ex mujer me mojó tanto como aquella adolescente de mi memoria.
Quién es Pablo, un alcohólico como yo pero más decente, porque sólo toma de noche y cerveza, mientras que de día ama a sus críos y lo aparenta a su mujer, una gorda con mal aliento y peor carácter pero con tan buen trasero, que nada más se necesita para amarla. Lo conocí hace tres o cuatro años. Él había llevado su Toyota al taller de mi patrón y yo lo atendí.
El coche perdía nafta, por uno de esos cañitos azules. Lo único que hice fue cambiárselo. Lo levanté en una pata; le cobré como quinientos mangos. Yo creí que no se iba a dar cuenta, había preparado una buena mentira: Tenías todo el filtro desecho, me entendés, pero el tipo sabía algo de autos. Me pagó los treinta pesos de la mano de obra, los cincuenta del caño y un derechazo en las costillas que dejó confirmado, hasta el día de hoy su enojo, con una pequeña operación allí mismo. No sé, algo de costillas y algo de hemorragias, poco me interesó.
A pesar de eso nunca lo odié. Pensé, y después lo supe, que la vida le venía pegando peores, y por todo el cuerpo desde hacia rato. Y además que lo que me lastimó me curó, porque me levantó con esa misma derecha. Me puso en el Toyota y se ocupó de que me dieran salud que en ese momento era lo que precisaba, ahora no, sí pero no. Y no tomo porque una enfermedad sin hambre no me quiera anciano. No tomo por eso, tomo porque soy alcohólico. Si me quisiera matar, aflojo el gato mientras esté debajo de esas porquerías que llevan al taller, para que le hagamos milagros de bajo costo, y quedo allí nomás tendido y descuartizado. Pero no me voy a suicidar. Muchas veces se me ha pasado por la cabeza esa mala suerte de morir bajo una mole oxidada de tres toneladas y se me paraliza el cuerpo de miedo.
-Dame otra Cacho-. Hablé.
Pablo debe estar al caer (si la gorda lo suelta, si no le hace hacer acrobacias en el catre inmundo de sus soledades).
Pablo alguna vez la quiso, me lo dijo ese mismo día en el hospital, después de que me abrieron y me cerraron y me envolvieron como a regalo pobre. El tipo me cuidó como si fuera mi ex esposa (mi ex esposa me considera más ahora que cuando casados), o como la madre que ya no podré tener.
-Mirá loco, disculpame pero tengo una vida que no llega a ser de mierda porque comida no me falta, pero estoy casado con una gorda que me golpea y que no abandono por los gurises y porque está preñada, y debe ser mío. Y entonces si alguien me insulta, yo lo bajo¡ Son las patologías de una vida negra viste.
Yo tenía razón, la vida le daba duro, pero la vida pesa como doscientos kilos y hiede a tabaco.
-Pero yo no te insulté- le dije como excusándome, como que si eso importara algo y sirviera para ablandarle el corazón o enderezarme las costillas. Me miró y me dio otro menos fuerte derechazo en la mandíbula y se fue. Le grité hijo de puta con la boca llena de sangre y una muela flotando en ese buche espeso.
Pasaron unos días, le pregunté el teléfono al patrón y lo llamé para agradecerle la paciencia de haberme golpeado. No todos los hombres tienen los huevos como para ser fieles a su bronca, la mayoría la guarda y sigue cobardemente por la vida, mostrando armonía falsa que de tan falsa harta de sinceridad.
El tipo (todavía no sabía su nombre ni el nombre que le puse) también se disculpó y me dijo que pasaría después a ver como estaba. Yo le dije que no era necesario, con disculparse era suficiente, que para citas, con la que me hago todos los días al bar La Teta me alcanza. Pero insistió en que iríamos juntos y que él pagaría, porque me debía otra, por la segunda trompada.
Entonces esa noche fuimos a tomar hasta reventar de ebrios. Yo con una venda en todo el tórax, el ojo aún algo violeta y un tremendo algodón en la boca que me hacía hablar como si fuera una moto ahogada; y él, con dos heridas rojas como dos brasas vivas en el cuello dejadas por las uñas de la gorda.
Yo le conté, sentados aquí mismo, en estos dos asientos, en esta mesa en donde escribo, de mi amor por María Esther, de la herencia que nunca heredé, de los dos hijos que tengo en Minas, de la deuda que estoy generando por no pagar contribuciones, de mi cáncer faldero que no crece pero no me abandona. En fin, de mi vida venida a pique como agua de deshielo por la cordillera abismalmente empinada, de la heladera (mi humor literario refleja mi estado) Y él bebía con su expresión incambiable como de mujer violada, que yendo al caso es lo mismo.
Bueno, todas las noches hemos venido hasta aquí a recordar quienes fuimos ayer, cuando fuimos alguien. Y aunque parezca extraño, este salón de mediocridad y bajos fondos nos ha adoptado, como un perro a su sarna, y nosotros a él. Y aquí, entre nosotros ha crecido una amistad aunque perniciosa, inquebrantable, cimentada en la más dolida carne, en los más amargos secretos que puede tener un hombre común, o sea pobre y palpitante, de conciencia vaga e instintiva. Una amistad tal que deja claro que el amor existe, aunque adquiera forma de basural, con los mismos olores y la misma clandestinidad.
Quién soy: soy un alcohólico, con mameluco grasiento que tiene un amigo, que no ha llegado, un vaso siempre por la mitad y una letra que empeora a cada trago. Pero no quiero hablar de mí.

cuento/ LO COMÚN

“(…)¿Que cataclismo ha sobrevenido en el mundo?
¿Qué trastorno de la naturaleza trasuda el horrible acontecimiento?”
Horacio Quiroga, El Hombre Muerto

Se oyen gritos de una multitud vecina, y se escabullen motos, que por la corta calle pasan. El orín golpea contra la cerámica verde o se salpica al chapotear contra el agua. Lo escucho, es el abuelo. Luego camina y su ropa cruje al refregársele al cuerpo. Sus pasos lentos se arrastran por el piso, suenan a hojas en la vereda empujadas. No imagino qué piensa, cómo piensa un abuelo; si, cansado lo hace, si vive en su cuerpo o ya está contemplándose horrorizado, por el fantasma de la ruindad en él. Viejo y sordo.
De joven daba gritos fuertes, como los que caen, desde afuera, ahora en mis oídos, en mi almohada... O en los suyos, aunque inútiles, oficinas vacías, clausuradas.
Fue pianista, uno mediocre. Pero ahora, combina demasiado lento los dedos sobre los escalones del piano.
El viento siempre se encarga, de dibujarme garabatos en la mente, con ecos y sonidos fantasmales. En este caso, sonidos borrachos festejando lo que podría llegar a ser la muerte silenciosa de mi abuelo, profanada de esa manera.
Sus pasos continúan resonando aletargados en alguna habitación. Reptan la escalera sus rodillas herrumbradas. Son devotas sin dios, peregrinando rutinarias caminos devocionales, llenas de súplica y de rabia.
Escucho sus manos apoyadas en la pared, aferradas a los picaportes, sobre los muebles cubiertos de libros y partituras; su derecha contra las teclas blancas intenta un acorde pero suena a muerto. En la cocina, un tenedor se le cae al piso.
Por la ventana un ladrido lejano me molesta y molesta al viento, interrumpiéndole su aleteo entre los árboles. Siempre pienso que a los perros les bastaría un poco de sentido común para en algún momento no ladrar o ladrar poniendo la lengua de otra forma… Igual, que ladren todo lo que se les antoje. A mi abuelo no le van a impedir que duerma, y yo doy gruñidos y nadie me injuria.
Agarró los fósforos, entonces encendió las velas. Tenemos luz eléctrica pero jamás encuentra los interruptores, en cambio los fósforos sí. A veces la mente inventa pretextos para quedarse a dormir en algún hábito. Encuentra deliberadamente los lentes, los dientes y los fósforos pero no los interruptores.
Puede morir, todo se lo permite. Cuando lo haga, dejaré su cuarto como está y lo usaré de lugar secreto.
Por las tardes los sonidos entran allí como una empleada, pidiendo permiso y con andar suave. Me hacen feliz mientras miro el cielo, recostado en la cama y respiro un aroma a jazmín inagotable. Allí puedo soportar los sonidos perversos del pueblo y mi leve soledad.
Cuando el abuelo se abandone a sí mismo voy a cambiar de cuarto. Viviré en la planta baja, en la raíz de la vieja casa... No quiero volver a cruzar la puerta cerrada, esta nada lindante, denuncia la falta de cuerpos. El silencio invencible en esa habitación, es el llanto negro de los vestigios humanos: la cama protesta su orden estéril, el espejo desdeña la cara de lo inerte y la ropa... suda el perfume del último lavado. Jamás tendré que pasar por acá de nuevo. Arreglaré el baño de abajo, las cañerías y las baldosas y no subiré más. Restauraré los grifos de la pileta y esto será mañana, para que mi abuelo no tenga que subir más escaleras y yo no tenga que vivir tan alto, tan lejos.
Dos cosas me recuerdan a mis padres: sus pertenencias, envueltas en el becuadro más duradero de mi pentagrama, que distribuidas por la casa han quedado como testimonio, de que sin ellos, la vida está como en vitrina, suspendida, indiferente; y mi abuelo, una coleteante ironía, que hace de la historia un conjunto de hechos azarosos donde vitalidad, fortaleza, sabiduría son palabras; nada más que palabras inoperantes.
Él, continúa derribando la esperanza con cada latido, va como adentro de su propio reloj. Si recibe estímulos del mundo exterior, sólo han de ser sobras que el resto de la humanidad no ha querido adjudicarse.
Yo no me acerco a hablar con mi abuelo, porque cuando trato de preguntarle si necesita algo llora antes de pronunciar tres palabras. Primero me da fastidio y después me deja en coma.
"No nieto...Mm...Los viejos, somos como perros...-empieza a llorar- ...enterramos las penas como ellos hacen con los huesos. Si las sacamos es para recordar qué fuimos.- Y su pausa siempre es igual.
Pasa casi todo el día sentado en la butaca del piano, por eso si algo dice, lo emite desde allí. Se saca los lentes, los empaña, los seca, se los acomoda y queda mirando mis pies o mi pecho, aunque
en realidad es como si mirara a través de mi, buscando las cortinas o algo menos inobservable: el pasado con dolor incorporado.
Yo lo sé, el dolor le da la comida de viejo, y el haber conseguido huesos llenos de despedidas, le da felicidad. Estoy convencido, porque los desentierra y sale con ellos a lamerlos en el BPS, o en la cola del sanatorio. Y en la única visita que recibe, los comparte con un viejo bandoneonísta, que trae los suyos que son más quebradizos.
Si mi abuelo muriera, probaría no creer en dios. Debería borrar las simbologías divinas de mi memoria, a Cristo con cara de constelación y expresión sin tiempo; a la cruz le recortaría los extremos que se clavan en otras realidades convirtiéndola en un mojón universal. Pasaría a ver en cada brote de paraíso un castigo y no la redención de la sustancia. El futuro ya no sería ni siquiera un enigma, sería cemento, una nada insensible (busco un término que despedace los sentidos, un adjetivo que vengándose se autoelimine, dejando al sustantivo fe indefenso, para verlo de cerca, para demandarle la necesidad de ver), que no haya tentación ni egolatría, que queden en vez de ángeles caídos, ángeles nihilistas, cobardes, envejecidos.
En esa nada, empantanado en esa brumosa esperanza diría, familia: una puerta cerrada y un salón sin ecos; diría sueños: andamios de paso, almanaques mendigantes, impuestos por tener un riñón que funcione. Diría mi oración, mis plegarias, sacudiéndome las migas en las meriendas. Mentiría en el confesionario: no creeré en dios, no seré ateo, renunciaré a uno, me reiré de lo otro.
Si mi abuelo cae, lloraré sobre su piel reseca, sobre sus miembros enflaquecidos, acariciando sus reumáticos dedos, pensionados para siempre, lejos de su campo de batalla. Lloraré de tal manera que sólo las humedades, en las esquinas del techo sabrán qué pasa ahí abajo entre esas dos sombras mohosas: con el que gime y se despide del otro que es humo y haciende a descansar o a cansarse en otras escaleras. Quizá las nubes digan por fin. Quizá las fotos de mis padres digan no es posible. Quizá yo ya no quiera escuchar más ni decir nada.
Si mi abuelo muere estaré obligado a amar la vida porque cualquier otro sentimiento me mataría, aunque no lo sepa, y si renuncio después de lo peor, a lo único que no me renuncia, odiaría sin piedad las flores después del invierno, un hijo después del parto, el aprendizaje después del sabotaje.
Recuerdo...Mis padres doblaron en la esquina del kilómetro tres y medio y chocaron fatalmente... Escucho las frenadas...La noche perturbada siendo en todo; y a mi abuelo llorándolos, condensando el fermento de mi tristeza.
Donde quedaron sus cuerpos, hay ahora unos yuyos, no hay un enorme jacarandá, no hay un árbol de habas mágicas. Cuando muera mi abuelo qué habrá: ¡lo mismo!, espigas, tréboles, lo común. Cuando murió Cristo, hubo yuyos, hasta en el cielo.

lunes, 17 de mayo de 2010

EL GRAN LIBRO DE MI FE

PrOfESÍAs PLEGARIAS MITOS Y ORACIONES








“Santo poeta risueño
Llenas el cielo de espejos
Y el suelo de grillos.”

“Cartera rota la tuya
Que llora historias azules”
(Moni G.)


















YO

Yo he nacido.
Yo he nacido y caen
Frutos cuando quiero,
Un día de llantos
O de embarazos de plumas.
Soy el sol
Si encuentro tristes
Los silencios.
Soy el amor,
O soy el muerto,
Si queda algo de frío
Entre los nombres.
¿Me has visto dudar
Cuando te miro?
Mi pensamiento es el edén
De mi fantasmagoría
Y contradictoria sombra.
Ahí permanezco incólume
Estén donde estén
Mi sombra, mi agua, y mi gloria.











LA VIDa por el arte

El poema no se embarra.
No salva la risa
De un naufragio de hambre.
El poema no desinfecta
ni cicatriza.
Ahora hay papeles
Y firmas que se humedecen.
Ahora hay cenizas y huesos
El poema no acaricia
No desea, no besa.
Y el amor se salpica
De sangre profana hasta los rezos.
Ahora hay gritos
Que dicen cómo,
Que alardean,
Que amamantan,
Que envidian muerte.
El poema tamiza
Aunque se infiltra en todo…
Es en medio
De la niebla, y la profecía.
Es entorno
De lo impoluto, y lo impúdico.
Es parcial,
Cuando hay más oasis de cielo,
Que lluvias confusas,
Y cárceles reales,
Con sueños
Con barro;
Con firmas,
Con hambre.





















CORderO QUE TRAES
(...)
"Dentro de tus llagas, escóndeme."
(...)
San Ignaciuo de Loyola

Y cuando el cordero
De la séptima metáfora
Bale su última parábola
Entonces balaremos
Al unísono los hombres
Las mujeres y los lobos
Apretando el puño del alma
Y habrá danza.

Y cuando el pastor
Como viento seduzca
Nuestros cencerros,
Miraremos un nuevo sol
Hacia el poniente
El último y primer resplandor
Del establo.

Y descenderá
Ingrávido y monumental
Por las escaleras plateadas del cielo
Trayendo estrellas de Belén
Camellos y pastores.
Traerá bajo el brazo un baúl
Y sabremos qué poner en él
cuando el artista del mundo sonría.
Traerá un diccionario
Y sabremos qué buscar en él que ya sabíamos,
Porque el lenguaje será igual y será nuevo.
En todas partes será igual y será nuevo,
Porque lenguaje habrá entre piedras y raíces,
Entre el agua, todos sus estados
y las bocas sedientas de amor cuántico…
Entre poetas y páginas en blanco.
Y habrá lunas bailando como locas.
















LA CARA DEL AMOR

El apocalipsis es
Un beso en la frente del tiempo
Y la boca es palabra de prójimos.
En el fin de los conciertos
Los holocaustos serán de abrazos
Entre pieles de mártires y
Verdugos.
El apocalipsis vendrá a tu tímpano,
Y si fue eco,
Ya no lo será, sino, sonido firme y puro,
Campana en el vientre
De un continente sin horizontes.
La cara del vicio seguirá siendo
La cosa más dura,
Cicatriz de la piedra.
El harmagedón será un día sin brillo
Pero la luz es otra cuando hay fiesta….
E inerme la conciencia aplaudirá a las víctimas
Que sucumban ante todos en un abrazo.
Las puertas se abrirán para los sueños
Que en sí liberarán al que los busque.
Encontrar no será razón de desasosiego
Sino capricho resoluto de la vida,
Ella dispone los segundos sin flagelo
Que fecunda la muerte y sus misterios
En el apocalipsis…
Habrá magia dentro nuestro.
La cara del amor
hará cosquillas en los ojos
Susurros hermosos.
Habrá poesía de nubes y de niños
mientras caminas
de ningún lado a insomnios de alfarería.

















CÍRCul O tElúriCO

Raíz de la luna
O sepulcro fecundo.
Nocturno enrejado
Como sombra me hundo en ti.

Y la paz del silencio
Es mi camino vivo
O la huella sin frontera
Es mi tumba a la deriva.

Erotizado sobre ciclos
Gaseosos de increíble espacio.
¡Amada virgen en la sábana
Nupcial de las estrellas!

Proeza cósmica de ocasos,
Y auroras íntimas y ocasos
En estremecimientos mínimos.
¿Es que la oscuridad es luz del tiempo?



































EN LAS HORAS


En las horas del amor
Las brisas en la memoria
Crecen, barren los dolores
Y la sombra de la historia.

En las horas del amor
Viene el tiempo del poeta
Y fecundos los segundos
Paren flores y planetas.

En las horas de la hora
El amor hace esculturas
De sangre y de infinitos
¡la muerte es hermosura!

En las horas del amor
El hombre se hace lágrima
Y se hace ojos la mujer,
Los hijos se hacen páginas.






















HAbRÁ fieSta

Habrá sombra…
Sombra de humo eclipsando.
Sombra de gigantescos paraguas.
Sombra de noticieros soases,
Y de homicidios y cruces.
Habrá inocencia...
Inocencia con desafíos y prisas.
Inocencias con más angustia que niños.
Inocencia con grandes banderas blancas,
Y será inocente la ciencia.
Habrá traición…
Traidores habrá entre las sangres.
Traición que viene del tiempo.
Traición que negará las verdades,
Y reirá frente a las voces que ardan.
Habrá religión...
Religioso será el que suspire.
La religión habrá de los muertos.
Religiosos verán en Dios lo mismo.
Y habrá fiesta.























treS vERbos y uno

Hay un verbo que es anciano.
Hay un verbo que juega.
Hay un verbo que es mujer.
Y el verbo ha de correr como un arroyo
Y perderse ondulante.
Hay un verbo que explica de si mismo,
Uno que oculta, se protege y no sabe de si mismo,
Uno que es hermoso y que significa por si mismo.
Y el verbo es en el comienzo y en el final
En las alturas y en la oscuridad,
En la garganta y en el olvido
En la caricia del Sol universal
Y en las inmensurables violaciones
En las vaginas del tiempo.
Es el verbo que es y punto
Y, que mientras es,
hay esperanzas.






























la cosTA

La costa de mi ciudad pierde
cada ola un símbolo y varios
de sus signos más leales.

La costa agonizantemente deja
un límite preciso. Desangra
alquitranados gemidos de escombros
de otros vientres.

Los pies saben que está herida
y saben: ya no es milagro.
Gaviotas de pan andan
como repletas de jaula.
Dando bienvenidas de reyes a los restos:
-Bienvenidas, bolsas, tapas, estuches,
botellas sin alma, chancleta pródiga
osamenta conocida, juguete viejo.
-Juan Salvador no enseña más su vuelo
(les comentan bobas de terror
a las despedidas encalladas)

Como las manos que ya no rozan,
con su fraterna gemela
correspondiendo, las sombras borrosas
con cercanías de arenas, así de solos,
los hombres y la costa.
Ya no hay fuerza
de un lado
y ya no hay comicidad, en la otra.

Sucio cuerpo ennegrecido
que se constituye extenso.
Es eso la costa y ahora,
regurgita excesos de vidrios.

¿la vida es una costa,
coincidencia sobre espacio?
¿Una curva sinuosa
entre polvos y costillas
entre constelaciones y sexos?

Y ese olor que hoy delata
el olvido acumulado,
es, en mi,
escepticismo como venganza,
y desmiento todas las huellas,
y sepulto las raíces;
e invento, atardeceres,
y recuerdos de mi madre de arena roja y de mugre,
y suaves olas desfallecientes,
profundas,
sobornables.


























EL ÚltiMO

Miramos por sobre la luz.
Un gran laberinto de oro
brillaba más que el sol
Y era la muerte.


La niebla era una ausencia
de transparencias bellas,
de techos a lo lejos
que negamos al unísono.

¿Quién supo descifrar
si eran continuidad del sueño,
los sonidos sin dueño,
o apéndices de la vigilia?

De bajo de las sombras
asomaron dos hilos de algo santo…
Temblaron las huellas y las letras
y el calor fue tal,
que hubo amor en todo.

Y esperamos en crepuscular
refugio, los inciertos
destinos de la aurora,
Qque usó artilugios de nueva
y líquida luz testimonial.

¿Hubo tiempo, hubo secuencia?
¿No se multiplicó todo
Como sumergido en un lodo de espejos,
y Borges alquímicos ?

Nadie preguntó dónde había lluvia.
Ni donde estaban los humos de la carne,
ni donde estaban los huesos del fracaso
ni las espinas de la tierra, ni el miedo.

El último en llegar, sentimos,
vendrá embriagado en lágrimas y con él
sólo habrá gloria, de una extraña eternidad.





























SalÓn de LOs ESPEJOS

Al salón de los espejos
sólo la palabra entra.
En ese ámbito
de puertas que se enfrentan y
escaleras de cristales y
de pasillos y cubos
de pronto, tan ficcional y puro,
el claroscuro arma siluetas,
y entre las réplicas de réplicas
una luz sólida
impregna de mundos las manos
y los sueños comienzan
a fluir por detrás
y por delante
como delirios a quienes un aire
nuevo y profundo
da valor de profecía
o de verdades antiguas.




























abiS.mO.S.

Y en un abismo de sal me hundo…
Si eran amargos el silencio y el odio
Y acorralaban el alma en el hueso
Aquí le borran con besos criminales
Hasta los resabios de cielo
Atesorados del sueño.

Soy el alma o la sombra
Lo mismo da; soy el muerto¡
Caigo en la gota del mal
Que gota a gota absorbí, creyendo.

Es terrible ser libre y negarle
A lo innombrable eso mismo.
Y es terrible ahora que
Tengo los ojos secos y llena
La lengua de cenizas y a lo innombrable
Eso mismo le ruego.

Y en un inmenso abismo de sal
Me he hundido.
Y estoy tan sólo como lo he estado;
Tan completo y desierto…
Jamás lo imaginé en mi vida de fronteras
De pie y de frente a mi espejo de babas
Altivo y lúcido derribando círculos
Como un ferviente verdugo
Levantando el puño en sangre.

Y hay otros muertos
(porque somos los muertos
Los aceites del odio)
Que se chorrean
Como el sediento vacío,
Por mi garganta suicida.

























EL RATÓN Y LOS RATONES

En las profundidades del odio
La virtud,
Es una estrella indistinta en la terca noche.
Cuando la sombra es más perfecta que la forma
La contemplación,
Es una laguna traicionada por sus huéspedes.
Por los envilecidos tropos del subsuelo
La humildad
Es un desagüe de arsénico en la memoria.
En los intestinales laberintos del suicidio,
El agradecimiento;
Es un círculo de colmillos, venenos y colmillos,
Que crecen y decrecen entre enfurecidas venas.
Ante innumerables trampas
El amor,
Ha sido el roedor menos audaz;
Hasta ha sido capaz
De enviar aquel ratón
Derecho al sacrificio en total paz.































CUARENTA DÍAS
Fueron cuarenta noches
Fueron cuarenta.
Un diálogo de miedo y sed
Fueron cuarenta.
Cenizas de luces ciegas
Fueron cuarenta.
De un hilo el Tiempo o el tiempo
Fueron cuarenta.
De pie y frente anochecidos
Fueron cuarenta.
Quien profesa odio alumbraba,
Fueron cuarenta.
El eco inventó palabras
Fueron cuarenta.
El amor soñaba roles
Fueron cuarenta.
Sepulcros de rabia y frío
Fueron cuarenta.
Y hubo risas y hubo gritos.
Fueron cuarenta días.
Fueron cuarenta noches,
¿vestía el cuerpo o era escarcha?
Fueron cuarenta
¿deliraba, florecía?
Fueron cuarenta
¿la rosa era bella entonces?
Fueron cuarenta
¿la mujer gemía de entregas?
Fueron cuarenta
Que otoño tan lleno de hojas
Fueron cuarenta
¿fue luna aquello aquel día?
Fueron cuarenta
¡fue el sol radiante que ardía!
Fueron cuarenta
Tierra viva y sangre azul.
Fueron cuarenta noches
Fueron cuarenta días
Fueron cuarenta




























BIOLOGÍAS

Y enfurecidos recordaron las horcas
Los calvarios,
Las cadenas,
La traición como una grieta en el sueño,
Los sótanos repletos de niños
Y sus ataúdes.
Y el sacrificio fue llenarse de azaleas,
Fue privarse del olor en primavera
Fue fecundar, producir el nuevo amor
Con sangre, sudores y lágrimas viejas.
Fue morir de muerte pura,
Sintiendo
Sus inviernos,
Sus hierros y sus llagas…
La prisión como una cuna en el odio.
Buscaron la eternidad,
Como una biología de etéricos organismos
Y de triángulos invisibles.
Y fueron humildes,
Frente a sus tiempos.





























COMO DIOS NOS TRAJO AL MUNDO

Ángeles o palomas plateadas
Bandadas, entonces, de formas del cielo,
Que no serán ajenas
Y que estremecerán,
Que despertarán delirios frenéticos
Con cuerpos de lágrimas y destellos de almas.
Brillos múltiples fulgurarán obstinados.
Multitudes,
Aplausos amándose en el aire
Y los metales de ancestros de otro dios,
Deshilvanarán la luna,
Y la naturaleza, nacerá imponente,
Como lo ha sido siempre
Tras su muro de savia y roca y resistencia.
Descubrirán
Las vicisitudes en que el mundo
Ha hecho sus cálculos,
Sus alianzas
Sus memorias.
Y el Perdón tendrá al fin vientre,
Y será lluvia sobre lo hecho,
Lo deshecho;
Y lo increado.
























PLEGARIA POR PLUTÓN

tu
sombrero del cosmos
ardilla del subconsciente
pañuelo inmaculado del frío
que estiras los dientes
tras el amparo de tus crías pródigas
que quedas molido
el día de descanso
el día bajo el sol en la obra
el día bajo lluvia del sereno
el día bajo tierra del muerto
y la noche llena de viento
de los vigilantes del sueño y los deseos
te invito a peder toda esperanza
a que juntes tus redes ahora
porque los hombres del espacio
los mensajeros de las buenas nuevas
ya no nos comen,
sino que están a la orden del día
para lo que precisamos,
te recomiendo a plutón
planeta diminuto del que pocos hablan
acuérdate de mi en la hora décima
cuando la empanada de la luna
deje caer su relleno
de plata y sangre y uvas pasas
acuérdate que yo te dije
que en plutón no pasa nunca nada

































POEMAS APÓCRIFOS

la oscuridad de los mesías

todos los mesías
tuvieron una noche larga
en la hora última sobornaron
al ángel que en vigilia bien paga
dormía a la entrada del mesón
el mesías más viejo
entró primero y arremetió con las sirvientas
las correteó entre las mesas
y las dejó dormidas y les regaló flores nunca vistas
el segundo mesías más viejo
que era azulado y bailaba como mono
enseñó el valor del asesinato
a lo feligreses ebrios
dando saltos y hablando agudo
del cielo como de una cárcel
con caballeros de fuego y piedras vaporosas
el otro mesías siguiendo en años
estaba gordo
era un carro lleno de contrabando,
y enseñó a los feligreses flacos
a hartar los impulsos hasta despreciarlos
a disfrutar la materia
primero adorándola
segundo acompañándola más allá de la putrefacción
tercero desdeñándola
para fortalecer los vínculos
con la liviandad del pensamiento
el más joven de todos entró último
pero fue el primero y el más viejo
llamó a todos a una mesa
e hizo pases mágicos y habló de dios
peste en parábolas
aunque el sentido fue otro
llenó las ánforas de vino agrio
colérico asesinó a los feligreses ebrios y a los flacos
y con ellos hizo un banquete escaso
que apenas dio para él y el gordo
entonces le preguntaron los otros mesías:
oye mesías joven ¿qué te pasa?
el mezáis más joven reaccionó
y después de una pausa corta agregó:
estoy cansado
vine aquí con ganas de trabajar y de enseñar mi canto
pero apenas puedo echarme a dormir
sobre el bajo
a la sombra de una planta de mostaza
vine a este pueblo a lucir mis ropas de nubes
y apenas puedo dejarme caer al borde de este chiquero
entonces los otros mesías entendieron
que era mejor sacarlo de allí
para eso inventaron su muerte
en las alturas de un montecito
atado a dos palos en cruz
y gritaron su nombre
todas las noches y todos los días
durante tres años













modelación de los hombres



al hombre lo hicieron con cuerpo
para que el dolor sea su amo
en el principio
la idea del hombre era vaga
y el hombre era vago
con los milenios,
le fueron amando
y temiendo
y el hombre fue amoroso
y temible
al hombre lo hicieron en salas alquímicas
con tierra greda, destiladores y conciencia
se movía lento en el Edén de vidrio
cuando consumió hongos
y consumió mezcal
y supo el infinito de cosas
que hay en él
lo dejaron fuera del vivero gigante
(porque dios y sus tripulantes
quedaron anonadados)
allá afuera
avivado del juego en el que estaba
se vio los ovarios y las manos
observó la luz
el trayecto de sombra del día
y cómo todo iba quedando
y comprendió someramente la memoria
adoptó la postergación
y la urgencia
se multiplicó gota a gota
porque el dolor era su amo

mientras tanto
en el iglú volador de los elohim
clausuraron la entrada para el hombre
que florecía
que abría unos ojos nuevos
como flores en su palabra
aún así
lo siguieron instruyendo
por un dejo de pertenencia
de curiosidad o simpatía
lo guiaron hasta un lugar del espíritu
que ellos no accedían
quisieron ablandarle el camino
pero el hombre tenía reservado el error
desde el inicio
y el error era para todos
y mientras más cerca
a la redención de su historia
más se abismaba
en la oscura noche
en la selva oscura
en la perversidad que nos encanta

los germinadores
aquellos trabajadores de la vida
resolvieron seguir en otros mundos
en los siete otros mundos
con otras siete razas de hombres
que no habían todavía
consumido la marihuana de los dioses





































MEmoRiA

La Memoria humana acumuló los restos
Que no fueron ni el Hombre ni sus inclemencias.
Frente a ese fracaso emprendió otros retos:
Ser en el Ser que siente e ignora otra ciencia.

Recurrió al inmenso mundo de lo incierto
Trémula, ínfima (eso hizo a la diferencia).
Vio al tiempo y su red; retornó a la Conciencia.
De lo oscuro hubo luz, del olvido lo cierto.

Logró descifrar del albedrío la esencia
Sin indagar. Como un sol, tuvo paciencia.
E influenciada por tal plenitud un viento
Atemporal le unció futuros eventos.

-¿Seguiré siendo Memoria al saber esto?-
Algo hondo le dio su consentimiento.
Desde entonces navega con licencia
Entre espejos azules y trasparencias.































MÍNIMO

Se inundó, la paz,
La arena, sangró,
Un caudal, tenaz,
Rojo nos, amó.

En cada célula sonaba el mítico
Gran motor cósmico, al ritmo oceánico
Y se ondulaban en certeras órbitas
Súplicas secas que encadena el nombre.

¡Nunca, hubo tal cielo gris! Nunca
Un cuerpo jamás fue tan frágil
Miles de almas nadando hasta Dios
Agua, sólo agua y a cuantos arreó.





















SONIDOS

Música nueva y perfecta hubo en la tierra
Música de arpas y coros de otro cielo
Lágrimas rítmicas dimos con fe, al viento…
Nostálgico músico que sueña sus huellas.


Cruces o risas, sombra o claridad,
Hubo más de vida que de ilusión.
Vibró la verdad ¡y cuánta armonía ¡
Fue su voluntad, ser canción de amor.

Entre estruendos fue
Cuando el Clarín
Sonó y se enervó
mi alma, y se abrió
como un sol de abril
mi sueño y canté!





































PESCADORES


Lector seremos destino,
pescadores de tacto filoso,
multiplicando vaporosos peces
de las bibliotecas.
Y así como creamos
fenómenos del polvo,
agrupamos en torno a nuestro fuego
ríos de ideas
y paisajes de beatas magnitudes
pescadores del tiempo que atestigua
caudales de formas, desde un cómodo
sillón de terciopelo,
no seremos más perfectos que aquel soplo
pero somos aliento
reinando otros rincones,
liberando posibles
otros universos.





















EL POEMA

El poema viene
del sueño detenido
de unos crucigramas seniles
o más que los soplos de vida.
El poema cruza vacíos
y se deslinde por silencios
de un silencio aún más
longevo y conciso
que el de las cosas más sabidas.

























coLUmNAS de cielo

a veces creo
que me derrumbaré en soledad
sobre la noche sorda
que viene
de un día indomable
y piso grave
pesado lento
sobre la noche muda que aguarda
y llego a las horas
en escombros
que caen del miedo
pero una ojeada
simple y casual
al cielo lleno
de lo que sea:
de luna de ceniza
o nubes de miel y óxido
de sol de cobre;
inyecta la sangre
antigua que lleva
siempre a creer cualquier cosa

y creo entonces y recuerdo
como el cielo es cielo
por si mismo y por mis ojos
(sobre la noche muda)
así amparado
no me derrumbaré
porque soy fuego
cimiento celestial
entonces creo
que soy el dios,
arquetipo cósmico que se proclama
en multitudes
sobre sótanos y bocas frescas
y piso suave
traslúcido inquieto…

pero se derrumba el dios
que es mi voluntad mi todo
y creo que
sobre la noche sorda
me derrumbaré en soledad
a veces creo
que me derrumbaré
sobre las noches
que vienen



















pOTreRO de DIOS

La Puerta es para quien quiera
O para quien pueda cruzar.
Torpes rengos han de acusar
Al que a su magia asistiera.

La sombra, o la cromática luz.
Verá una, el que vea sombra;
Verá otra, el que se asombra
De la vida en plenitud.

En la mañana los gallos
En su éxtasis de aurora
Afirmarán por tres la hora
De la hora de los rayos.

Y los pedros temerosos,
Con fe ciega y amor sordo,
Negarán por tres al tordo
Universal que trae gozos.

Y otra vez pasará todo:
El odio, el milagro, la cruz;
La verdad pasará por sus
Manos de pan y de oro.

Pero insisto: vea quien puede.
La eterna y veraz Historia
O el fin del mundo sin gloria.
Bese la Puerta, quien quede…





























ALIANZAS
“Al ver dios que la luz era buena la separó de la oscuridad…”
(Génesis 1-4)

Y vida es la palabra
Menos cruel de todas,
(el secreto
mejor guardado del día.)
No te muerdas el alma
frente a ilusiones de tiempo
porque así es la sangre
y así es el verbo.
Ni delante de dios
ni de sus órbitas
ni ante vos
en desnudos espejos,
barrerás un hálito de sombra
delirante de sus pensamientos.
Se empedrarán las luces
antes de que la vida
la palabra vida
haga otro pacto
con tus huesos.

























EXTRAÑO EN MÍ

Estoy extraño.
Tengo el dolor
como aleteando
moribundo,
y la luz,
enrieda
pesares y fragancias;
enflaquecida,
traslúcida
entre habitaciones vacías
y lejanías mayores.

Así de extraño.
Veo nacer la letra
y veo morir en hojas
y veo teñido el suelo
de criptogramas barrosos.
Y siento;
aara acostumbrar al frío
y al delirio
a ser pudorosos
frente a las nadas inquietas.
E improviso
lechos de principios
a recortes de mí
y días sueltos.
Y sigo extraño.
Una ingrata temporada
transcurre
en este cúmulo de sombras,
de cruces,
mi forma.




















SOLEDADES

En una soledad de bocas que no besan
el vidrio blanco vierte desde rabiosa altura
lo profundo de la raza, lo perfecto de la especie,
el sencillo amanecer del gen en la pupila.
El imposible mundo arquetipo de este mundo.
Como en un sueño de ciegos, la ironía,
es la reinante identidad del verso y la vigilia.
Es en una soledad de espectros que andan sueltos
sueltos de ropa, sueltos de vida, muertos
que el inmenso y lácteo lente inmaculado
abre abismos como flores cerca nuestro:
entre las manos hay pasillos de colores
entre tus huellas hay racimos, pan y peces.
Es la soledad el sol y la edad de los creadores
que germinan sus lágrimas en peores soledades.








































VEdado

Hay un sitio sagrado al que no accedo
Un lugar vedado, un recinto inmortal
Que explorar no debo. Su abierto portal
Impone el alto a mis pies y al deseo.

Quiero pasar, no puedo ¿Busco o temo a la verdad?
Mi ansiedad me aleja del absorto mausoleo,
Sueño los pilares, los vitrales… sueño ajeno.
Con ilusiones, con miedo ¿cuál es mi voluntad?

Tampoco es este el Poema Total que al misterio
Que inquieta mi noche y mi pulso, descubra,
Desolado por símiles versos retorno a mi carne.

Imponente el enigma de hielo, sin saciarme,
Cerciora que es viejo y sabe de luz y de tumba,
De poetas ciegos, porque es cercano su imperio.































DOCE ANCIANOS

Doce aguas que son seres
Blancos, porque no conozco
Otro término más blanco,
Son testigos del Amor.

En una tierra de amatistas
Glaciares, tierra y humildad,
Y más nuestros que la vida
Están entretejiendo infancias.

Custodiando (y dando mientras
Bautismales manantiales
De viejas sensibilidades)
Nuestros cofres, nuestras llaves,

Nuestros naturales libros
Nuestro organizado y libre
Albedrío que se crea
En cada verso y es creado.

Son doce que multiplican
La digna posibilidad
De entender por doce el Plan
Que encauza nuestros destinos.

Más ancianos que la idea
De la Historia o la Poesía
Más lejanos que el lenguaje
De las evocadas formas.

Más sublimes que el finito
Juego que nos glorifica.
Están aquí, son doce y laten
Con igual sangre infinita.





























El sol verá mi muerte,
(esa intención repetida,
un principio de incendio).
Y después mi vuelta
al silencio de ángeles.
Mi precoz nacimiento de pájaro.
Cientos a la vez
y acaso,
también, el Gran Nido vacío,
satisfecho de soles.
Pero sólo una vez
en el tiempo
de las muertes relucientes,
cuando yo ya sea sólo,
otra intención, pronta a otra vida.



















descúbreme si puedes
entre escombros y
ruinas de tu vientre
entre huellas
cadáveres y sombras
detrás del pasado
enmudecido
de ironía
como hijo bastardo
del presente


















Nota del autor

A través de estas obras reconforté mi necesidad imperiosa de, por un lado, crear poesía pura, medida o no, oscura o no , o no; y contemplar el presente, interpretar el pasado, tematizar el futuro, el futuro final, el tiempo, lo tiempos que tanto ocupan mis meditaciones diarias, mis charlas y creaciones, así como parodiar textos sagrados para muchos pero no con una intención degradadora, sino reinterpretarlos con una visión nueva complementando en muchos casos una información no oficial, no canónica y por eso es justo tratarla. Los temas religiosos son religiosos y como tal son del hombre en su relación con su perseverante necesidad de lo sagrado, yo juego con ello y lo revindico.
El lenguaje que he utilizado ha sido el que más me ha satisfecho en el momento enunciativo, no me he privado de decir nada en un instante, y por el otro (por un verso medido y remedido) me he anquilosado porque así lo quise.
En poemas como “Sonido”, “Mínimo”, he creado un verso que se ajusta a la clave del candombe. Unos se adecuan a la clave, otros al golpe rítmico del chico, otros al piano, o al repique. Recomiendo una lectura sensible e intuitiva y esto para todos los textos, y siempre primera, luego una conceptual y posteriormente una musical descifrando los códigos rítmicos en cada estrofa.
En la mayoría de los poemas he creado un título con cambios tipográficos. Debo confesar que hay uno que es el natural, que emana del propio texto, el segundo diferenciado por mayúsculas es optativo y nace a partir de las posibilidades ofrecidas por el uno y en consonancia irregular con algo del trabajo que le continúa. Puede ser gustoso acompañarlo hacia la idea.
En fin, es una obra que me llena, que me ha venido llenando y seguro me dará más, cuantos más ojos trascurran con ella y más generaciones le den marcha.
Como equivocadamente dijo Aristóteles al explicar lo que es el principio: nada lo antecede. Todo nació a partir del objetivo de una obra íntegra que trate un tema único y sus no agotadas tangentes. PrOfESIAs que a veces son mías, que a veces son regionales, que siempre son poéticamente sinceras; plegarias a un dios ardilla del subconciente mitos que rozan lo clásico y lo caricaturesco.
He pensado en todo lo que he podido pensar, porque no rigió la razón este trabajo, y no fue trabajo, sino placer tortuoso que gobernado por la sensibilidad y la imaginación dio frutos que como sueños cayeron en las palabras que son los moldes más sabrosos, de la inteligencia humana.
Agradezco infinitamente a la fuerza que nos dejó libres en este escenario atemporal, a mis hermanos, a mis amigos, a los lectores intrépidos y a los no tanto, a Mónica y nuestra unión …

lunes, 29 de marzo de 2010

música/LA MANO



LA MANO. ESCUCHÁ Y CONOCÉ MÁS DE ESTA BANDA EN
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ahora también podés ver y escuchar en

www.myspace.com/lamanorock

sábado, 27 de marzo de 2010

música/AGOSTO

http://www.myspace.com/agostoberoiscortizo

http://www.youtube.com/watch?v=djkio4IWqI4&feature=player_embedded




cuento/imagen vaga

UNA IMAGEN VAGA

Una ciudad y un living. Luces propicias para la lectura o para el spleen ceniciento, como una tarde invernal. La situación ideal para escuchar Weather Report. Holgazaneando mientras nadie lo impide, sintiendo, el peso de la vida, como si fuera un aura insoportable en torno a su imagen y a su nombre. Entonces un recuerdo, imperceptiblemente más vivo que la historia detrás de la historia. Y la mujer derramada en su sillón como agua en su cauce entre las grietas de un peñasco, olvida ese sitio de finas migas de soledad.
“En nombre del santo Capullo, te convierto en estrella. Flores en estrellas.”
Aquella mujer quedó atrás, en el presente. Seguirá respirando, lenta, holgazaneando. Aquel jazz lleno de juventud recorrerá los bosques encerrados en lindos marcos. Revestirá la casa de capas finísimas, como de miel, notas, mil abejas descansando mientras trabajan. Y el recuerdo es más que imagen traslúcida de tiempo. Dubitativa rompe la membrana del espacio. Y ahora es niña. Piensa como tal y el recuerdo, si por si acaso interrumpiese, será el futuro aquel, supeditado a la soledad y a la tristeza de pianos, saxos, melodías y redobles refulgentes.
Con una varita recorre, esa niña, planta por planta, desde una ruda hasta un rosal (como si estas fuesen alfa y omega y no una cromática ilusión circular como la música).
Tiene un vestido blanco que le permite andar descalza sin manchar los flecos que como finos hilos de agua, cuelgan meneándose a cada paso. Se pierde en la oscuridad, en el lóbrego patio y en la noche de epicúreos sauces y estoicos naranjales. El piso está fresco y mojado aunque permite que se lo pise con los pies desnudos. Sus ojos lloran. ¿Será por la emoción de ir haciendo magia con su rollo de papel, un tubo blanco y fino con una pequeña figura de cartón mal cortada en la punta?. Mucho no entiende porqué llora. ¿Será la tristeza de haber matado una flor al convertirla en estrella? ¿Será el miedo a su madre o, la culpa por haber traicionado a su padre al escaparse, ignorando la exigencia de no salir de la casa nacidas la luna o la noche? Aún llorando iba de flor en flor, de ruda en ruda, olvidándose poco a poco de su cuerpo de niña, raquítico, y de su rostro inventado, italiano y criollo.
El frío que sus pies sentían se evaporaba y el llanto también. Comenzaba a verse de nada, como un recuerdo. Y comprendía que su rollo de papel no hacía de vara mágica, sino que la magia hacía de su instrumento un dedo taumatúrgico.
Su cuerpo ahora era de gas, ella era sol y realmente nadaba en una constelación pues su anterior impulso en la inocencia sobre pétalos nocturnos, era entonces lo que es siempre. Y rozaba no sólo las estrellas de su cosmos (las margaritas de su patio; las corcheas impertérritas) sino el universo que tenía al alcance, y el inalcanzable. Se trasladaba con una sensación vaga de insignificancia, de tiempo en tiempo, de universo en universo.
Allí conoció soles más gigantes que ella. La luz de todos estos fuegos inmedibles le llegaban desde todas las inmensidades.
Pero entonces, la eternidad tenía esquinas y reconoció que si las cruzaba, se olvidaría de algo, que si bien no recordaba en absoluto no podía descuidar. Y se lo preguntó, qué era, y exactamente al mismo tiempo sintió la presencia de un objeto no tan luminoso, que transmitía desorientación y un algo de ondas distorsionadas. Lo rechazó sin excluirlo. Vivenció entonces como una ilusión muy poco flácida, es más, tan tangible o más que el conocimiento. E intentó, con un pensamiento preciso, identificar aquello. Supo que eran sensaciones humanas. Todo pasó.
Sintió el frío de la hierba y la humedad del barro formado por la reciente inundación del arroyo Sauce. Mas, gracias a la helada brisa, quien le supo, como una tela, envolverle toda, fue descubriendo un cuerpo, el suyo hasta saberse eso. Viendo nuevo un continente inmemorial. Descubriendo como un colono, el mundo en otro siglo. Así sintió su cuerpo: un extenso promontorio de músculos; una llanura de piel, un tormentoso diluvio, de tristeza derramada sin resguardo, desde la sangre, tras los brillos marrones, de sus ojos ausentes.
"En nombre del santo capullo, te convierto en estrella. En nombre del sol central de la galaxia te convierto en flor, flor, te convierto en flor". La niña dijo esto como si Dios fuera su verbo.
El llanto se secó instantáneamente, mientras, sus párpados delataban la aparición del sueño. Desistió esa noche de su rol de hada madrina de los matorrales, huyendo con ínfimos pasos, subiendo los peldaños del zaguán, olvidando las huellas barrosas sobre el piso de tablones. Transitando el pasillo hacia su cuarto como luz sobre espejos, muy suave, como agua en los peñascos, sobre sus cauces.
Entre dormida y maravillada, cansada por el desastre onírico; con la vigilia de haber sido viento y fuego a la vez se sacó su ropa: su pequeña bombacha que cambió por otra, limpia y perfumada; su vestidito de hilo con puntillas. Y en la misma penumbra encontró su cuerpo el interior de su cama como una lengua el paladar del otro, amante lleno de amor.
Y una sensación vaga de ser recuerdo, desembarcó su mente en un estuario algo cansado sobre una conciencia igual pero distinta. Y apareció un compás repleto de complejas dulzuras. La voluntad tornaba sin remedio al continente escuálido del presente, como los colonos exiliados hacia la ruina de todo, hacia lo peor de ellos.
La respiración se hizo más lenta, utilizando ásperos canales, y pulmones temblorosos. Retornaron los pensamientos de cuarenta años.
-La niña- pensó la mujer -aquella niña nunca se cansó de soñar y de hacer magia-. Aunque ahora la magia sea práctica, concisa, algo mediata, visible como no lo permite otra ciencia. Grandes experiencias para magias menores.
Ahora su vara es un control remoto, un celular, un soliloquio algo compartimentado.
Ya estaba plenamente consciente de su momento actual aunque hubiese deseado lo contrario. Holgazanea, sin otro objetivo que morir en ese instante como un televisor al ser desconectado.

En cualquier desamparado lugar, donde una noche no se hace noche por la luna ni por las horas, sino por sonidos tristes e inmensidades vecinas de luces eléctricas que suplantan a las flores, a las estrellas, a los padres, a las magias.
El último aliento del disco fue expulsado y la gran boca de la suite cerró sus fauces con un estrépito insoportable, dejándola atrapada en el oscuro silencio, en la bóveda.
Sólo brillaban unos dientes que la portátil salpicaba. Su mano no alcanzaba el control, sólo por eso interrumpió su ocio. Con la intención de usarlo partió hacia la muela donde el control yacía, pero en el medio del camino de su día distinguió en ella misma su infierno, su paraíso y su purgamiento. Se pasmó de sí. Inclinó su cara hacia los edificios vecinos por el recuadro de la ventana. Ya había olvidado por completo el reciente regreso a la infancia y aquella estadía en el cosmos. También se había secado el jazz insoportable a manotazos sordos de sus costas y empinadas salientes de hueso. Ahora era ahora, fría, suplida por un alter ego demasiado objetivo para lo horrendo del paisaje. Puede tirarse. Pararse en el labio de aluminio. Mirar hacia los pies del gigante de piedra. Y tentar al tedio con escapársele en picada. O puede tomar el control remoto y rogarle a la vida, música, una nueva música con que alimentarse: Kate Jarret, J. M. Serrat, Vangelis o su entrañable Mozart.
El viento en las alturas entra violento y recorre todas los túneles y sale sin cuidado de lo frágil. Es una verdadera respiración y en el medio ella, con lacrimosos movimientos, acurrucándose definitivamente en la segunda opción.
Un nuevo círculo de música giró en el aire. Logró holgazanear y ser feliz a pesar del llanto. Vangelis le pudo germinar en sus últimos minutos sanas nostalgias e ilusiones factibles, bálsamos mágicos a sus pies cansados de vaguedad y de vida.
Chariots of Fire; no son carrozas, son fuego que transporta y ella se incendió. Su corazón, acariciado apenas por la esperanza de otro recuerdo, tomó el rumbo de la muerte, súbitamente.
Y la música sonaba mientras nunca más la sangre, ese torrente histérico, sería torrente. Una a una las carrozas de la Opera Sauvage. Una a una las horas y los fuegos y el cuerpo reposando, perdido entre los dientes, dientes de las leyes, leyes de la mágica, casual, vaga existencia.

cuento/Gertrudis

GERTRUDIS



Un colapso en el amor. Un amor dionisiaco, vago, y un descuido menor e impúdico. Una ventana a medio cerrar y ella de pie escuchando el viento crecer y crecer contra sus vidrios empañados.

Transpirada porque hace unos instantes dio a luz su lívido profundo. Mordió con su boca extremadamente abierta una piel que odiará para siempre. Su real estado es de desesperación, terror y soledad.

Mientras el sexo: vagos, por la lejanía de los nombres, identidades oníricas en esa cama de usurpación parcial. Recobradas letras y enemigos, cuando transcurrió el peor momento.

Imaginaba, otra vez desnudo ese cuerpo robusto como un pedregullo, satisfecho de su fuerza, asqueroso, dueño de su lástima, acostado en su cueva, tranquilo, esperando el sueño. Sin poder soportar la imagen sepultó esa cara y pidió al silencio la otra, la de su marido muerto. Luego llevó su mente hacia los verdaderos motivos de su vida y su dolor.

Sus hijas rubias como el trigo caminaban frente a la vieja estación con expresiones similares. Caminaban inclinadas, chocando contra el fuerte viento y su frío. Silenciosas y ausentes de todo cariño, dos verdaderas palabras nuevas tratando de no adaptarse jamás a los adjetivos de siempre, esperando que nazcan otros que coincidan con la dulzura de sus referencias.

Un hombre calvo las miraba interrogativo del otro lado de la calle. Sus vistas nunca cayeron en su vereda, aunque sentía que algo de ellas era suyo. En su indiferencia había un pedido de socorro desesperado. Pero contestó con igual indiferencia esa conversación de insinuaciones vecinas. Él desapareció en la esquina de la iglesia.

Esa madrugada, las rubias deambularon solas casi insoportablemente de la mano, recorriendo un largo camino húmedo y rectilíneo cuyo final fue el muelle nuevo que tiene sobre sí faroles amarillos y madera, construido al estilo portugués.

Una vez allí la mayor buscó reparo y se sentó mientras que la pequeña bajó por unas escaleras laterales hasta la línea del agua, estiró uno de sus bracitos, que había prolijamente arremangado, como cuando se lava la cara semidormida, tierna; y, aunque era toda agua, lo introdujo en el río hasta sumergirlo por completo.

-Toqué el fondo- mintió Inímica. La mayor había seguido sus movimientos con recelo pero se mantuvo impenetrable, formidablemente protectora.

Vieron que amanecía sobre el horizonte turbio del agua.

Partieron con prisa hacia la plaza para permanecer allí hasta la mañana larga y probablemente ser vistas.

Así pasó los oscuros minutos y tormentosas horas la familia: las rubias escapando, la madre llorando, borracha y quebrada como una copa rota que ve derramársele el vino sin poder hacer nada con su herida.

Ellas durmieron a la intemperie. Al despertar la niña grande recostada a un pequeño murallón y cubierta de hojas secas, vio a Inímica jugando. Sintió una honda tristeza. Lloró desconsolada pero tan disimuladamente que dios no pudo reconocerle el dolor pues nadie en el universo supo que ella estaba triste. Sin embargo, la menor se acercó y se recostó en su pecho que se retorcía sobre sí mismo comprimiéndole los ojos. Su cuerpo convulsionaba. La abrazó, sin otro objetivo que morir con ella en ese llanto.

De un lugar incierto provenía el ruido de un viejo Chevrolet, el Chevrolet de su padre y que ahora mal conducía su madre. Con ese sonido se repusieron y conciliaron con el día un movimiento de vida.

Avanzaba lento. La mayor se paró rápidamente y corrió al encuentro. La madre vio por la ventanilla a sus hijas rubias como el oro. Detuvo el coche sin apagar el motor. Bajó y aguardó la llegada de la mayor desprendiendo lágrimas que no asomaban sino hasta terminado el círculo negro de sus lentes

-Apurate Inímica- casi susurrando dijo la madre a la menor que avanzaba desconfiadamente, le fue costumbre desde el fallecimiento de su padre.

Cuando llegó, se dieron un fuerte abrazo, mientras la grande permanecía prendida a la madre como reconstruyendo el cordón.

-Las estuve buscando toda... casi toda la noche, aunque sabía: era inútil. Las conozco. Ya lo han hecho otras veces. En eso son como su padre...

-Como lo era papá- dijo Inímica. La mayor repuso:

-Papá falleció y ese señor disfruta una familia y una casa sin hombre, sin rey. Lo que vio Inímica fue feo. ¡Me contó mami!... hasta que ya no pudo más.

Permanecieron en silencio, hasta llegar a su hogar.

En el asiento de atrás la menor se tocaba el rostro recordando y sus ojos se ponían más turbios con cada imagen.

Se despertó a medianoche. Escuchó un ruido extraño, como de bestias en el cuarto de sus padres. Se acercó y entre las sombras y luces de la noche amenazante, divisó a su madre moviéndose sobre la peor silueta que vio jamás. Jamás había imaginado eso de los seres humanos. No tuvo que imaginar nada, vio todo con los ojos abiertos y para colmos, sin comprensión de los actos brutales que exige el deseo. Todavía con la inocencia tersa y viva, sin conocimiento del fuego que con los años la calcina, mientras exige agotarse, desnudo, aún desentendiéndose de memorias tristes como lo es una muerte más que cercana, íntima, propia.

Por entre una puerta desmesuradamente abierta, los ojos de la niña, el alma de los ojos, se espantó como, un Hamlet encunando su locura, sin soportar la traición, una segunda muerte del padre en su alma, mientras el segundo padre le besaba el vientre a su madre.

Inímica esa noche, con un grito largo, corrió hasta la cama y cinchó del hombre mientras éste desentendiéndose cedió, negoció con el esfuerzo tremendo de la desgraciada que intentaba desprenderlos, sin intención de recuperar al verdadero, pero si, de por lo menos no interrumpir su estadía celeste, su descanso infinito, del otro lado del dolor.

Pero el hombre rústico como un indulgente, la golpeó. La madre pudo haberlo impedido sino fuera por el espanto que le causaba la imagen, que para colmos se manchaba con la luz de un foco público que se filtraba por los huecos rectangulares y pequeños de la estera.

Veía a su hija reñir con ese cuerpo negro y blanco, velludo, y escuchaba un llanto escandaloso y una risa levemente satírica; y a su corazón, fuerte, doliente. Sintió el viento de aquel puño yendo hacia el cuerpo frágil de Inímica, y el viento golpeando en la ventana, naciendo cada vez, muriendo cada vez.

Cuando la madre reaccionó, la niña corría en busca de su hermana para irse de la casa. Ella se levantó, la siguió rápido unos pocos pasos mientras pronunciaba su nombre pero retrocedió porque estaba sin ropa. Al girar ve al hombre casi vestido calzarse las botas, con la vista fija en sus pechos que se balanceaban en su cuerpo desanimado por dentro por un dolor innombrable, por el efecto contraproducente de la culpa, el alcohol y la soledad.

-Tremenda noche- escuchó mientras los pasos se perfilaban hacia fuera de la habitación.

El hombre se marchó a su cueva en algún suburbio. Las niñas huyeron (la mayor confiada del rostro espeluznante de su hermana, de que por un motivo verdadero) y la mujer, frente a la ventana entre abierta, con la piel aún transpirada, y con la sensación de que un fantasma, deambulaba por la casa.


GE