sábado, 11 de diciembre de 2010

cuento/MILAGROS DE BAJO COSTO

Hoy volví por callejuelas de amor, perdidas entre esquinas oscuras de un barrio aún más desdeñable.
Parco, sinuoso, mi aspecto es asqueroso, de barba ociosa y ropa sucia, la mugre del que labura en la grasa de los motores. Pero hoy no tengo ganas de acordarme de quien soy, de quien usa mi cuerpo para revolcarse bajo el esqueleto desecho de esos Ford irreconocibles que, insultan a los colores.
¿Qué condición de la naturaleza humana hace que la gente se empecine en mantener de pie semejantes porquerías? Armatostes odiados en la ruta, puteados, porque van asqueando, son colecciones arruinadas de pasados. Pero basta de mí. Estoy deprimido, grasiento, con un cigarrillo entre mis labios duros y secos, ancianos, vírgenes de besos, besos perdidos, como aquellos otros labios, en el recuerdo de una cara entera, la cara de ella, María Esther.
Lo único que quiero es perder el tiempo y soñar con que me apodero del sexo de algunas de esas mozas pinturrientas del Colegio Alemán, que aparentan ser los centros de los mundos, y es cierto. Cuando pasan esas jóvenes los hombres giran a su alrededor como planetas en sus órbitas gemidísimas, desechas, inevitables. Pero, me quedaré acá, en esta mesa solitaria, emborrachándome sin honor y sin deshonra.
Porque se me antoja voy a escribir de Pablo, aunque en realidad se llame Timoteo. Sí, tiene su nombre raíz de glándula, con sufijo divino; lo detesto. Hay padres que piensan desquiciados cardúmenes de nombres y se deciden por los peores. Si le voy a poner María Esther. Después de pasar por otros sonorísimos y significativos, se estancan en la peor combinación de letras...Y sí, dije María Esther.
Hoy como yo, debe estar condenada a la adultez. Yo no la amo, pero la tengo en la memoria tan querida que duele, y duele tanto que sangro su nombre siempre, aunque decididamente esté escribiendo de otro, de otra cosa u otra mierda en mi pecho. Yo decidí hablar de Pablo y aquí estoy, tratando como hormiga en el agua de salir por algún costado seco. Imposible. Estoy empapado de ella y su nombre manchará las hojas aunque me siente para tratar de cicatrizarla. Ni mi ex mujer me mojó tanto como aquella adolescente de mi memoria.
Quién es Pablo, un alcohólico como yo pero más decente, porque sólo toma de noche y cerveza, mientras que de día ama a sus críos y lo aparenta a su mujer, una gorda con mal aliento y peor carácter pero con tan buen trasero, que nada más se necesita para amarla. Lo conocí hace tres o cuatro años. Él había llevado su Toyota al taller de mi patrón y yo lo atendí.
El coche perdía nafta, por uno de esos cañitos azules. Lo único que hice fue cambiárselo. Lo levanté en una pata; le cobré como quinientos mangos. Yo creí que no se iba a dar cuenta, había preparado una buena mentira: Tenías todo el filtro desecho, me entendés, pero el tipo sabía algo de autos. Me pagó los treinta pesos de la mano de obra, los cincuenta del caño y un derechazo en las costillas que dejó confirmado, hasta el día de hoy su enojo, con una pequeña operación allí mismo. No sé, algo de costillas y algo de hemorragias, poco me interesó.
A pesar de eso nunca lo odié. Pensé, y después lo supe, que la vida le venía pegando peores, y por todo el cuerpo desde hacia rato. Y además que lo que me lastimó me curó, porque me levantó con esa misma derecha. Me puso en el Toyota y se ocupó de que me dieran salud que en ese momento era lo que precisaba, ahora no, sí pero no. Y no tomo porque una enfermedad sin hambre no me quiera anciano. No tomo por eso, tomo porque soy alcohólico. Si me quisiera matar, aflojo el gato mientras esté debajo de esas porquerías que llevan al taller, para que le hagamos milagros de bajo costo, y quedo allí nomás tendido y descuartizado. Pero no me voy a suicidar. Muchas veces se me ha pasado por la cabeza esa mala suerte de morir bajo una mole oxidada de tres toneladas y se me paraliza el cuerpo de miedo.
-Dame otra Cacho-. Hablé.
Pablo debe estar al caer (si la gorda lo suelta, si no le hace hacer acrobacias en el catre inmundo de sus soledades).
Pablo alguna vez la quiso, me lo dijo ese mismo día en el hospital, después de que me abrieron y me cerraron y me envolvieron como a regalo pobre. El tipo me cuidó como si fuera mi ex esposa (mi ex esposa me considera más ahora que cuando casados), o como la madre que ya no podré tener.
-Mirá loco, disculpame pero tengo una vida que no llega a ser de mierda porque comida no me falta, pero estoy casado con una gorda que me golpea y que no abandono por los gurises y porque está preñada, y debe ser mío. Y entonces si alguien me insulta, yo lo bajo¡ Son las patologías de una vida negra viste.
Yo tenía razón, la vida le daba duro, pero la vida pesa como doscientos kilos y hiede a tabaco.
-Pero yo no te insulté- le dije como excusándome, como que si eso importara algo y sirviera para ablandarle el corazón o enderezarme las costillas. Me miró y me dio otro menos fuerte derechazo en la mandíbula y se fue. Le grité hijo de puta con la boca llena de sangre y una muela flotando en ese buche espeso.
Pasaron unos días, le pregunté el teléfono al patrón y lo llamé para agradecerle la paciencia de haberme golpeado. No todos los hombres tienen los huevos como para ser fieles a su bronca, la mayoría la guarda y sigue cobardemente por la vida, mostrando armonía falsa que de tan falsa harta de sinceridad.
El tipo (todavía no sabía su nombre ni el nombre que le puse) también se disculpó y me dijo que pasaría después a ver como estaba. Yo le dije que no era necesario, con disculparse era suficiente, que para citas, con la que me hago todos los días al bar La Teta me alcanza. Pero insistió en que iríamos juntos y que él pagaría, porque me debía otra, por la segunda trompada.
Entonces esa noche fuimos a tomar hasta reventar de ebrios. Yo con una venda en todo el tórax, el ojo aún algo violeta y un tremendo algodón en la boca que me hacía hablar como si fuera una moto ahogada; y él, con dos heridas rojas como dos brasas vivas en el cuello dejadas por las uñas de la gorda.
Yo le conté, sentados aquí mismo, en estos dos asientos, en esta mesa en donde escribo, de mi amor por María Esther, de la herencia que nunca heredé, de los dos hijos que tengo en Minas, de la deuda que estoy generando por no pagar contribuciones, de mi cáncer faldero que no crece pero no me abandona. En fin, de mi vida venida a pique como agua de deshielo por la cordillera abismalmente empinada, de la heladera (mi humor literario refleja mi estado) Y él bebía con su expresión incambiable como de mujer violada, que yendo al caso es lo mismo.
Bueno, todas las noches hemos venido hasta aquí a recordar quienes fuimos ayer, cuando fuimos alguien. Y aunque parezca extraño, este salón de mediocridad y bajos fondos nos ha adoptado, como un perro a su sarna, y nosotros a él. Y aquí, entre nosotros ha crecido una amistad aunque perniciosa, inquebrantable, cimentada en la más dolida carne, en los más amargos secretos que puede tener un hombre común, o sea pobre y palpitante, de conciencia vaga e instintiva. Una amistad tal que deja claro que el amor existe, aunque adquiera forma de basural, con los mismos olores y la misma clandestinidad.
Quién soy: soy un alcohólico, con mameluco grasiento que tiene un amigo, que no ha llegado, un vaso siempre por la mitad y una letra que empeora a cada trago. Pero no quiero hablar de mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario