lunes, 29 de marzo de 2010

música/LA MANO



LA MANO. ESCUCHÁ Y CONOCÉ MÁS DE ESTA BANDA EN
FACEBOOK
ahora también podés ver y escuchar en

www.myspace.com/lamanorock

sábado, 27 de marzo de 2010

música/AGOSTO

http://www.myspace.com/agostoberoiscortizo

http://www.youtube.com/watch?v=djkio4IWqI4&feature=player_embedded




cuento/imagen vaga

UNA IMAGEN VAGA

Una ciudad y un living. Luces propicias para la lectura o para el spleen ceniciento, como una tarde invernal. La situación ideal para escuchar Weather Report. Holgazaneando mientras nadie lo impide, sintiendo, el peso de la vida, como si fuera un aura insoportable en torno a su imagen y a su nombre. Entonces un recuerdo, imperceptiblemente más vivo que la historia detrás de la historia. Y la mujer derramada en su sillón como agua en su cauce entre las grietas de un peñasco, olvida ese sitio de finas migas de soledad.
“En nombre del santo Capullo, te convierto en estrella. Flores en estrellas.”
Aquella mujer quedó atrás, en el presente. Seguirá respirando, lenta, holgazaneando. Aquel jazz lleno de juventud recorrerá los bosques encerrados en lindos marcos. Revestirá la casa de capas finísimas, como de miel, notas, mil abejas descansando mientras trabajan. Y el recuerdo es más que imagen traslúcida de tiempo. Dubitativa rompe la membrana del espacio. Y ahora es niña. Piensa como tal y el recuerdo, si por si acaso interrumpiese, será el futuro aquel, supeditado a la soledad y a la tristeza de pianos, saxos, melodías y redobles refulgentes.
Con una varita recorre, esa niña, planta por planta, desde una ruda hasta un rosal (como si estas fuesen alfa y omega y no una cromática ilusión circular como la música).
Tiene un vestido blanco que le permite andar descalza sin manchar los flecos que como finos hilos de agua, cuelgan meneándose a cada paso. Se pierde en la oscuridad, en el lóbrego patio y en la noche de epicúreos sauces y estoicos naranjales. El piso está fresco y mojado aunque permite que se lo pise con los pies desnudos. Sus ojos lloran. ¿Será por la emoción de ir haciendo magia con su rollo de papel, un tubo blanco y fino con una pequeña figura de cartón mal cortada en la punta?. Mucho no entiende porqué llora. ¿Será la tristeza de haber matado una flor al convertirla en estrella? ¿Será el miedo a su madre o, la culpa por haber traicionado a su padre al escaparse, ignorando la exigencia de no salir de la casa nacidas la luna o la noche? Aún llorando iba de flor en flor, de ruda en ruda, olvidándose poco a poco de su cuerpo de niña, raquítico, y de su rostro inventado, italiano y criollo.
El frío que sus pies sentían se evaporaba y el llanto también. Comenzaba a verse de nada, como un recuerdo. Y comprendía que su rollo de papel no hacía de vara mágica, sino que la magia hacía de su instrumento un dedo taumatúrgico.
Su cuerpo ahora era de gas, ella era sol y realmente nadaba en una constelación pues su anterior impulso en la inocencia sobre pétalos nocturnos, era entonces lo que es siempre. Y rozaba no sólo las estrellas de su cosmos (las margaritas de su patio; las corcheas impertérritas) sino el universo que tenía al alcance, y el inalcanzable. Se trasladaba con una sensación vaga de insignificancia, de tiempo en tiempo, de universo en universo.
Allí conoció soles más gigantes que ella. La luz de todos estos fuegos inmedibles le llegaban desde todas las inmensidades.
Pero entonces, la eternidad tenía esquinas y reconoció que si las cruzaba, se olvidaría de algo, que si bien no recordaba en absoluto no podía descuidar. Y se lo preguntó, qué era, y exactamente al mismo tiempo sintió la presencia de un objeto no tan luminoso, que transmitía desorientación y un algo de ondas distorsionadas. Lo rechazó sin excluirlo. Vivenció entonces como una ilusión muy poco flácida, es más, tan tangible o más que el conocimiento. E intentó, con un pensamiento preciso, identificar aquello. Supo que eran sensaciones humanas. Todo pasó.
Sintió el frío de la hierba y la humedad del barro formado por la reciente inundación del arroyo Sauce. Mas, gracias a la helada brisa, quien le supo, como una tela, envolverle toda, fue descubriendo un cuerpo, el suyo hasta saberse eso. Viendo nuevo un continente inmemorial. Descubriendo como un colono, el mundo en otro siglo. Así sintió su cuerpo: un extenso promontorio de músculos; una llanura de piel, un tormentoso diluvio, de tristeza derramada sin resguardo, desde la sangre, tras los brillos marrones, de sus ojos ausentes.
"En nombre del santo capullo, te convierto en estrella. En nombre del sol central de la galaxia te convierto en flor, flor, te convierto en flor". La niña dijo esto como si Dios fuera su verbo.
El llanto se secó instantáneamente, mientras, sus párpados delataban la aparición del sueño. Desistió esa noche de su rol de hada madrina de los matorrales, huyendo con ínfimos pasos, subiendo los peldaños del zaguán, olvidando las huellas barrosas sobre el piso de tablones. Transitando el pasillo hacia su cuarto como luz sobre espejos, muy suave, como agua en los peñascos, sobre sus cauces.
Entre dormida y maravillada, cansada por el desastre onírico; con la vigilia de haber sido viento y fuego a la vez se sacó su ropa: su pequeña bombacha que cambió por otra, limpia y perfumada; su vestidito de hilo con puntillas. Y en la misma penumbra encontró su cuerpo el interior de su cama como una lengua el paladar del otro, amante lleno de amor.
Y una sensación vaga de ser recuerdo, desembarcó su mente en un estuario algo cansado sobre una conciencia igual pero distinta. Y apareció un compás repleto de complejas dulzuras. La voluntad tornaba sin remedio al continente escuálido del presente, como los colonos exiliados hacia la ruina de todo, hacia lo peor de ellos.
La respiración se hizo más lenta, utilizando ásperos canales, y pulmones temblorosos. Retornaron los pensamientos de cuarenta años.
-La niña- pensó la mujer -aquella niña nunca se cansó de soñar y de hacer magia-. Aunque ahora la magia sea práctica, concisa, algo mediata, visible como no lo permite otra ciencia. Grandes experiencias para magias menores.
Ahora su vara es un control remoto, un celular, un soliloquio algo compartimentado.
Ya estaba plenamente consciente de su momento actual aunque hubiese deseado lo contrario. Holgazanea, sin otro objetivo que morir en ese instante como un televisor al ser desconectado.

En cualquier desamparado lugar, donde una noche no se hace noche por la luna ni por las horas, sino por sonidos tristes e inmensidades vecinas de luces eléctricas que suplantan a las flores, a las estrellas, a los padres, a las magias.
El último aliento del disco fue expulsado y la gran boca de la suite cerró sus fauces con un estrépito insoportable, dejándola atrapada en el oscuro silencio, en la bóveda.
Sólo brillaban unos dientes que la portátil salpicaba. Su mano no alcanzaba el control, sólo por eso interrumpió su ocio. Con la intención de usarlo partió hacia la muela donde el control yacía, pero en el medio del camino de su día distinguió en ella misma su infierno, su paraíso y su purgamiento. Se pasmó de sí. Inclinó su cara hacia los edificios vecinos por el recuadro de la ventana. Ya había olvidado por completo el reciente regreso a la infancia y aquella estadía en el cosmos. También se había secado el jazz insoportable a manotazos sordos de sus costas y empinadas salientes de hueso. Ahora era ahora, fría, suplida por un alter ego demasiado objetivo para lo horrendo del paisaje. Puede tirarse. Pararse en el labio de aluminio. Mirar hacia los pies del gigante de piedra. Y tentar al tedio con escapársele en picada. O puede tomar el control remoto y rogarle a la vida, música, una nueva música con que alimentarse: Kate Jarret, J. M. Serrat, Vangelis o su entrañable Mozart.
El viento en las alturas entra violento y recorre todas los túneles y sale sin cuidado de lo frágil. Es una verdadera respiración y en el medio ella, con lacrimosos movimientos, acurrucándose definitivamente en la segunda opción.
Un nuevo círculo de música giró en el aire. Logró holgazanear y ser feliz a pesar del llanto. Vangelis le pudo germinar en sus últimos minutos sanas nostalgias e ilusiones factibles, bálsamos mágicos a sus pies cansados de vaguedad y de vida.
Chariots of Fire; no son carrozas, son fuego que transporta y ella se incendió. Su corazón, acariciado apenas por la esperanza de otro recuerdo, tomó el rumbo de la muerte, súbitamente.
Y la música sonaba mientras nunca más la sangre, ese torrente histérico, sería torrente. Una a una las carrozas de la Opera Sauvage. Una a una las horas y los fuegos y el cuerpo reposando, perdido entre los dientes, dientes de las leyes, leyes de la mágica, casual, vaga existencia.

cuento/Gertrudis

GERTRUDIS



Un colapso en el amor. Un amor dionisiaco, vago, y un descuido menor e impúdico. Una ventana a medio cerrar y ella de pie escuchando el viento crecer y crecer contra sus vidrios empañados.

Transpirada porque hace unos instantes dio a luz su lívido profundo. Mordió con su boca extremadamente abierta una piel que odiará para siempre. Su real estado es de desesperación, terror y soledad.

Mientras el sexo: vagos, por la lejanía de los nombres, identidades oníricas en esa cama de usurpación parcial. Recobradas letras y enemigos, cuando transcurrió el peor momento.

Imaginaba, otra vez desnudo ese cuerpo robusto como un pedregullo, satisfecho de su fuerza, asqueroso, dueño de su lástima, acostado en su cueva, tranquilo, esperando el sueño. Sin poder soportar la imagen sepultó esa cara y pidió al silencio la otra, la de su marido muerto. Luego llevó su mente hacia los verdaderos motivos de su vida y su dolor.

Sus hijas rubias como el trigo caminaban frente a la vieja estación con expresiones similares. Caminaban inclinadas, chocando contra el fuerte viento y su frío. Silenciosas y ausentes de todo cariño, dos verdaderas palabras nuevas tratando de no adaptarse jamás a los adjetivos de siempre, esperando que nazcan otros que coincidan con la dulzura de sus referencias.

Un hombre calvo las miraba interrogativo del otro lado de la calle. Sus vistas nunca cayeron en su vereda, aunque sentía que algo de ellas era suyo. En su indiferencia había un pedido de socorro desesperado. Pero contestó con igual indiferencia esa conversación de insinuaciones vecinas. Él desapareció en la esquina de la iglesia.

Esa madrugada, las rubias deambularon solas casi insoportablemente de la mano, recorriendo un largo camino húmedo y rectilíneo cuyo final fue el muelle nuevo que tiene sobre sí faroles amarillos y madera, construido al estilo portugués.

Una vez allí la mayor buscó reparo y se sentó mientras que la pequeña bajó por unas escaleras laterales hasta la línea del agua, estiró uno de sus bracitos, que había prolijamente arremangado, como cuando se lava la cara semidormida, tierna; y, aunque era toda agua, lo introdujo en el río hasta sumergirlo por completo.

-Toqué el fondo- mintió Inímica. La mayor había seguido sus movimientos con recelo pero se mantuvo impenetrable, formidablemente protectora.

Vieron que amanecía sobre el horizonte turbio del agua.

Partieron con prisa hacia la plaza para permanecer allí hasta la mañana larga y probablemente ser vistas.

Así pasó los oscuros minutos y tormentosas horas la familia: las rubias escapando, la madre llorando, borracha y quebrada como una copa rota que ve derramársele el vino sin poder hacer nada con su herida.

Ellas durmieron a la intemperie. Al despertar la niña grande recostada a un pequeño murallón y cubierta de hojas secas, vio a Inímica jugando. Sintió una honda tristeza. Lloró desconsolada pero tan disimuladamente que dios no pudo reconocerle el dolor pues nadie en el universo supo que ella estaba triste. Sin embargo, la menor se acercó y se recostó en su pecho que se retorcía sobre sí mismo comprimiéndole los ojos. Su cuerpo convulsionaba. La abrazó, sin otro objetivo que morir con ella en ese llanto.

De un lugar incierto provenía el ruido de un viejo Chevrolet, el Chevrolet de su padre y que ahora mal conducía su madre. Con ese sonido se repusieron y conciliaron con el día un movimiento de vida.

Avanzaba lento. La mayor se paró rápidamente y corrió al encuentro. La madre vio por la ventanilla a sus hijas rubias como el oro. Detuvo el coche sin apagar el motor. Bajó y aguardó la llegada de la mayor desprendiendo lágrimas que no asomaban sino hasta terminado el círculo negro de sus lentes

-Apurate Inímica- casi susurrando dijo la madre a la menor que avanzaba desconfiadamente, le fue costumbre desde el fallecimiento de su padre.

Cuando llegó, se dieron un fuerte abrazo, mientras la grande permanecía prendida a la madre como reconstruyendo el cordón.

-Las estuve buscando toda... casi toda la noche, aunque sabía: era inútil. Las conozco. Ya lo han hecho otras veces. En eso son como su padre...

-Como lo era papá- dijo Inímica. La mayor repuso:

-Papá falleció y ese señor disfruta una familia y una casa sin hombre, sin rey. Lo que vio Inímica fue feo. ¡Me contó mami!... hasta que ya no pudo más.

Permanecieron en silencio, hasta llegar a su hogar.

En el asiento de atrás la menor se tocaba el rostro recordando y sus ojos se ponían más turbios con cada imagen.

Se despertó a medianoche. Escuchó un ruido extraño, como de bestias en el cuarto de sus padres. Se acercó y entre las sombras y luces de la noche amenazante, divisó a su madre moviéndose sobre la peor silueta que vio jamás. Jamás había imaginado eso de los seres humanos. No tuvo que imaginar nada, vio todo con los ojos abiertos y para colmos, sin comprensión de los actos brutales que exige el deseo. Todavía con la inocencia tersa y viva, sin conocimiento del fuego que con los años la calcina, mientras exige agotarse, desnudo, aún desentendiéndose de memorias tristes como lo es una muerte más que cercana, íntima, propia.

Por entre una puerta desmesuradamente abierta, los ojos de la niña, el alma de los ojos, se espantó como, un Hamlet encunando su locura, sin soportar la traición, una segunda muerte del padre en su alma, mientras el segundo padre le besaba el vientre a su madre.

Inímica esa noche, con un grito largo, corrió hasta la cama y cinchó del hombre mientras éste desentendiéndose cedió, negoció con el esfuerzo tremendo de la desgraciada que intentaba desprenderlos, sin intención de recuperar al verdadero, pero si, de por lo menos no interrumpir su estadía celeste, su descanso infinito, del otro lado del dolor.

Pero el hombre rústico como un indulgente, la golpeó. La madre pudo haberlo impedido sino fuera por el espanto que le causaba la imagen, que para colmos se manchaba con la luz de un foco público que se filtraba por los huecos rectangulares y pequeños de la estera.

Veía a su hija reñir con ese cuerpo negro y blanco, velludo, y escuchaba un llanto escandaloso y una risa levemente satírica; y a su corazón, fuerte, doliente. Sintió el viento de aquel puño yendo hacia el cuerpo frágil de Inímica, y el viento golpeando en la ventana, naciendo cada vez, muriendo cada vez.

Cuando la madre reaccionó, la niña corría en busca de su hermana para irse de la casa. Ella se levantó, la siguió rápido unos pocos pasos mientras pronunciaba su nombre pero retrocedió porque estaba sin ropa. Al girar ve al hombre casi vestido calzarse las botas, con la vista fija en sus pechos que se balanceaban en su cuerpo desanimado por dentro por un dolor innombrable, por el efecto contraproducente de la culpa, el alcohol y la soledad.

-Tremenda noche- escuchó mientras los pasos se perfilaban hacia fuera de la habitación.

El hombre se marchó a su cueva en algún suburbio. Las niñas huyeron (la mayor confiada del rostro espeluznante de su hermana, de que por un motivo verdadero) y la mujer, frente a la ventana entre abierta, con la piel aún transpirada, y con la sensación de que un fantasma, deambulaba por la casa.


GE

cuento/milagros de bajo costo

MILAGROS DE BAJO COSTO.


Hoy volví por callejuelas de amor, perdidas entre esquinas oscuras de un barrio aún más desdeñable.
Parco, sinuoso, mi aspecto es asqueroso, de barba ociosa y ropa sucia, la mugre del que labura en la grasa de los motores. Pero hoy no tengo ganas de acordarme de quien soy, de quien usa mi cuerpo para revolcarse bajo el esqueleto desecho de esos Ford irreconocibles que, insultan a los colores.
¿Qué condición de la naturaleza humana hace que la gente se empecine en mantener de pie semejantes porquerías?, armatostes que en la ruta son odiados, puteados, porque van asqueando, son colecciones arruinadas de pasados. Pero basta de mí. Estoy deprimido, grasiento, con un cigarrillo entre mis labios duros y secos, ancianos, vírgenes de besos, besos perdidos, como aquellos otros labios, en el recuerdo de una cara entera, la cara de ella, María Esther.
Lo único que quiero es perder el tiempo y soñar con que me apodero del sexo de algunas de esas mozas pinturrientas del Colegio Alemán, que aparentan ser los centros de los mundos, y es cierto. Cuando pasan esas jóvenes los hombres giran a su alrededor como planetas en sus órbitas gemidísimas, desechas, inevitables. Pero, me quedaré acá, en esta mesa solitaria, emborrachándome sin honor y sin deshonra.
Porque se me antoja voy a escribir de Pablo, aunque en realidad se llame Timoteo. Sí, tiene su nombre raíz de glándula, con sufijo divino; lo detesto. Hay padres que piensan desquiciados cardúmenes de nombres y se deciden por los peores. Si le voy a poner María Esther. Después de pasar por otros sonorísimos y significativos, se estancan en la peor combinación de letras...Y sí, dije María Esther.
Hoy como yo, debe estar condenada a la adultez. Yo no la amo, pero la tengo en la memoria tan querida que duele, y duele tanto que sangro su nombre siempre, aunque decididamente esté escribiendo de otro, de otra cosa u otra mierda en mi pecho. Yo decidí hablar de Pablo y aquí estoy, tratando como hormiga en el agua de salir por algún costado seco. Imposible. Estoy empapado de ella y su nombre manchará las hojas aunque me siente para tratar de cicatrizarla. Ni mi ex mujer me mojó tanto como aquella adolescente de mi memoria.
Quién es Pablo, un alcohólico como yo pero más decente, porque sólo toma de noche y cerveza, mientras que de día ama a sus críos y lo aparenta a su mujer, una gorda con mal aliento y peor carácter pero con tan buen trasero, que nada más se necesita para amarla. Lo conocí hace tres o cuatro años. Él había llevado su Toyota al taller de mi patrón y yo lo atendí.
El coche perdía nafta, por uno de esos cañitos azules. Lo único que hice fue cambiárselo. Lo levanté en una pata; le cobré como quinientos mangos. Yo creí que no se iba a dar cuenta, había preparado una buena mentira: Tenías todo el filtro desecho, me entendés, pero el tipo sabía algo de autos. Me pagó los treinta pesos de la mano de obra, los cincuenta del caño y un derechazo en las costillas que dejó confirmado, hasta el día de hoy su enojo, con una pequeña operación allí mismo. No sé, algo de costillas y algo de hemorragias, poco me interesó.
A pesar de eso nunca lo odié. Pensé, y después lo supe, que la vida le venía pegando peores, y por todo el cuerpo desde hacia rato. Y además que lo que me lastimó me curó, porque me levantó con esa misma derecha. Me puso en el Toyota y se ocupó de que me dieran salud que en ese momento era lo que precisaba, ahora no, sí pero no. Y no tomo porque una enfermedad sin hambre no me quiera anciano. No tomo por eso, tomo porque soy alcohólico. Si me quisiera matar, aflojo el gato mientras esté debajo de esas porquerías que llevan al taller, para que le hagamos milagros de bajo costo, y quedo allí nomás tendido y descuartizado. Pero no me voy a suicidar. Muchas veces se me ha pasado por la cabeza esa mala suerte de morir bajo una mole oxidada de tres toneladas y se me paraliza el cuerpo de miedo.
-Dame otra Cacho-. Hablé.
Pablo debe estar al caer (si la gorda lo suelta, si no le hace hacer acrobacias en el catre inmundo de sus soledades).
Pablo alguna vez la quiso, me lo dijo ese mismo día en el hospital, después de que me abrieron y me cerraron y me envolvieron como a regalo pobre. El tipo me cuidó como si fuera mi ex esposa (mi ex esposa me considera más ahora que cuando casados), o como la madre que ya no podré tener.
-Mirá loco, disculpame pero tengo una vida que no llega a ser de mierda porque comida no me falta, pero estoy casado con una gorda que me golpea y que no abandono por los gurises y porque está preñada, y debe ser mío. Y entonces si alguien me insulta, yo lo bajo¡ Son las patologías de una vida negra viste.
Yo tenía razón, la vida le daba duro, pero la vida pesa como doscientos kilos y hiede a tabaco.
-Pero yo no te insulté- le dije como excusándome, como que si eso importara algo y sirviera para ablandarle el corazón o enderezarme las costillas. Me miró y me dio otro menos fuerte derechazo en la mandíbula y se fue. Le grité hijo de puta con la boca llena de sangre y una muela flotando en ese buche espeso.
Pasaron unos días, le pregunté el teléfono al patrón y lo llamé para agradecerle la paciencia de haberme golpeado. No todos los hombres tienen los huevos como para ser fieles a su bronca, la mayoría la guarda y sigue cobardemente por la vida, mostrando armonía falsa que de tan falsa harta de sinceridad.
El tipo (todavía no sabía su nombre ni el nombre que le puse) también se disculpó y me dijo que pasaría después a ver como estaba. Yo le dije que no era necesario, con disculparse era suficiente, que para citas, con la que me hago todos los días al bar La Teta me alcanza. Pero insistió en que iríamos juntos y que él pagaría, porque me debía otra, por la segunda trompada.
Entonces esa noche fuimos a tomar hasta reventar de ebrios. Yo con una venda en todo el tórax, el ojo aún algo violeta y un tremendo algodón en la boca que me hacía hablar como si fuera una moto ahogada; y él, con dos heridas rojas como dos brasas vivas en el cuello dejadas por las uñas de la gorda.
Yo le conté, sentados aquí mismo, en estos dos asientos, en esta mesa en donde escribo, de mi amor por María Esther, de la herencia que nunca heredé, de los dos hijos que tengo en Minas, de la deuda que estoy generando por no pagar contribuciones, de mi cáncer faldero que no crece pero no me abandona. En fin, de mi vida venida a pique como agua de deshielo por la cordillera abismalmente empinada, de la heladera (mi humor literario refleja mi estado) Y él bebía con su expresión incambiable como de mujer violada, que yendo al caso es lo mismo.
Bueno, todas las noches hemos venido hasta aquí a recordar quienes fuimos ayer, cuando fuimos alguien. Y aunque parezca extraño, este salón de mediocridad y bajos fondos nos ha adoptado, como un perro a su sarna, y nosotros a él. Y aquí, entre nosotros ha crecido una amistad aunque perniciosa, inquebrantable, cimentada en la más dolida carne, en los más amargos secretos que puede tener un hombre común, o sea pobre y palpitante, de conciencia vaga e instintiva. Una amistad tal que deja claro que el amor existe, aunque adquiera forma de basural, con los mismos olores y la misma clandestinidad.
Quién soy: soy un alcohólico, con mameluco grasiento que tiene un amigo, que no ha llegado, un vaso siempre por la mitad y una letra que empeora a cada trago. Pero no quiero hablar de mí.

cuento/ lo común

LO COMÚN
“(…)¿Que cataclismo ha sobrevenido en el mundo?
¿Qué trastorno de la naturaleza trasuda el horrible acontecimiento?”

Horacio Quiroga, El Hombre Muerto


Se oyen gritos de una multitud vecina, y se escabullen motos, que por la corta calle pasan. El orín golpea contra la cerámica verde o se salpica al chapotear contra el agua. Lo escucho, es el abuelo. Luego camina y su ropa suena al refregársele al cuerpo. Sus pasos lentos se arrastran por el piso, suenan a hojas en la vereda empujadas. No imagino qué piensa, cómo piensa un abuelo; si, cansado lo hace, si vive en su cuerpo o ya está contemplándose horrorizado, por el fantasma de la ruindad en él. Viejo y sordo.
De joven daba gritos fuertes, como los que caen, desde afuera, ahora en mis oídos, en mi almohada... O en los suyos, aunque inútiles como oficinas vacías, clausuradas.
Fue pianista, uno mediocre. Pero ahora, combina demasiado lento los dedos sobre los escalones del piano.
El viento siempre se encarga, de dibujarme garabatos en la mente, con ecos y sonidos fantasmas. En este caso, sonidos borrachos festejando lo que podría llegar a ser la muerte silenciosa de mi abuelo, profanada de esa manera.
Sus pasos continúan resonando letargados en alguna habitación. Reptan la escalera sus rodillas herrumbradas. Son devotas sin dios, peregrinando rutinarias, llenas de súplica y de rabia.
Escucho sus manos apoyándose en la pared, aferradas a los picaportes, sobre los muebles cubiertos de libros y partituras; su derecha contra las teclas blancas intenta un acorde pero suena a muerto. En la cocina, un tenedor se le cae al piso.
Por la ventana un ladrido lejano me molesta y molesta al viento, interrumpiéndole su aleteo entre los árboles. Siempre pienso que a los perros les bastaría un poco de sentido común para en algún momento no ladrar o ladrar poniendo la lengua de otra forma… Igual, que ladren todo lo que se les antoje. A mi abuelo no le van a impedir que duerma, es sordo, y yo, doy gruñidos y nadie me injuria.
Agarró los fósforos, entonces encendió las velas. Tenemos luz eléctrica pero jamás encuentra los interruptores, en cambio los fósforos sí. A veces la mente inventa pretextos para quedarse a dormir en algún hábito. Encuentra deliberadamente los lentes, los dientes y los fósforos pero no los interruptores.
Puede morir, todo se lo permite. Cuando lo haga, dejaré su cuarto como está y lo usaré de lugar secreto.
Por las tardes los sonidos entran allí como una empleada, pidiendo permiso y con andar suave. Me hacen feliz mientras miro el cielo, recostado en la cama y respiro un aroma a jazmín inagotable. Allí puedo soportar los sonidos perversos del pueblo y mi leve soledad.
Cuando el abuelo se abandone a sí mismo voy a cambiar de cuarto. Viviré en la planta baja, en la raíz de la vieja casa... No quiero volver a cruzar la puerta cerrada, esa nada invencible denuncia la falta de cuerpos. El silencio en esa habitación, es el llanto negro de los vestigios humanos: la cama protesta su orden estéril, el espejo desdeña la cara de lo inerte y la ropa... suda el perfume del último lavado. Jamás pasaré por allí de nuevo. Arreglaré el baño de abajo, las cañerías y las baldosas y no subiré más. Restauraré los grifos de la pileta y esto será mañana, para que mi abuelo no tenga que subir más escaleras y yo no tenga que vivir tan alto, tan lejos.
Dos cosas me recuerdan a mis padres: sus pertenencias, envueltas en el becuadro más duradero de mi pentagrama, que distribuidas por la casa han quedado como testimonio, de que sin ellos, la vida está como en vitrina, suspendida, indiferente; y mi abuelo, una coleteante ironía, que hace de la historia un conjunto de hechos azarosos donde vitalidad, fortaleza, sabiduría son palabras; nada más que palabras inoperantes.
Él, continúa derribando la esperanza con cada latido, va como adentro de su propio reloj. Si recibe estímulos del mundo exterior, sólo han de ser sobras que el resto de la humanidad no ha querido adjudicarse.
Yo no me acerco a hablar con mi abuelo, porque cuando trato de preguntarle si necesita algo llora antes de pronunciar tres palabras. Primero me da fastidio y después me deja en coma.
"No nieto...Mm...Los viejos, somos como perros...-empieza a llorar- ...enterramos las penas como ellos hacen con los huesos. Si las sacamos es para recordar qué fuimos.- Y su pausa siempre es igual.
Pasa casi todo el día sentado en la butaca del piano, por eso si algo dice, lo emite desde allí. Se saca los lentes, los empaña, los seca, se los acomoda y queda mirando mis pies o mi pecho, aunque en realidad es como si mirara a través de mi, buscando las cortinas o algo menos inobservable: el pasado con dolor incorporado.
Yo lo sé, el dolor le da la comida de viejo, y el haber conseguido huesos llenos de despedidas, le da felicidad. Estoy convencido, porque los desentierra y sale con ellos a lamerlos en el BPS, o en la cola del sanatorio. Y en la única visita que recibe, los comparte con un viejo bandoneonísta, que trae los suyos que son más quebradizos.
Si mi abuelo muriera, probaría no creer en dios. Debería borrar las simbologías divinas de mi memoria, a Cristo con cara de constelación y expresión sin tiempo; a la cruz le recortaría los extremos que se clavan en otras realidades convirtiéndola en un mojón universal. Pasaría a ver en cada brote de paraíso un castigo y no la redención de la sustancia. El futuro ya no sería ni siquiera un enigma, sería cemento, una nada insensible...Busco un término que despedace los sentidos, un adjetivo que vengándose se autoelimine, dejando al sustantivo fe indefenso, para verlo de cerca, para demandarle la necesidad de ver. Y que no haya tentación ni egolatría, que queden en vez de ángeles caídos, ángeles nihilistas, cobardes, envejecidos.
En esa nada, empantanado en esa brumosa esperanza diría, familia: una puerta cerrada y un salón sin ecos; diría sueños: andamios de paso, almanaques mendigantes, impuestos por tener un riñón que funcione. Diría mi oración, mis plegarias, sacudiéndome las migas en las meriendas. Mentiría en el confesionario: no creeré en dios, no seré ateo, renunciaré a uno, me reiré de lo otro.
Si mi abuelo cae, lloraré sobre su piel reseca, sobre sus miembros enflaquecidos, acariciando sus reumáticos dedos, pensionados para siempre, lejos de su campo de batalla. Lloraré de tal manera que sólo las humedades, en las esquinas del techo sabrán qué pasa ahí abajo entre esas dos sombras mohosas: con el que gime y se despide del otro que es humo y haciende a descansar o a cansarse en otras escaleras. Quizá las nubes digan por fin. Quizá las fotos de mis padres digan no es posible. Quizá yo ya no quiera escuchar más ni decir nada.
Si mi abuelo muere estaré obligado a amar la vida porque cualquier otro sentimiento me mataría, aunque no lo sepa, y si renuncio después de lo peor, a lo único que no me renuncia, odiaría sin piedad las flores después del invierno, un hijo después del parto, el aprendizaje después del sabotaje.
Recuerdo...Mis padres doblaron en la esquina del kilómetro tres y medio y chocaron fatalmente... Escucho las frenadas...La noche perturbada siendo en todo; y a mi abuelo llorándolos, condensando el fermento de mi tristeza.
Donde quedaron sus cuerpos, hay ahora unos yuyos, no hay un enorme jacarandá, no hay un árbol de habas mágicas. Cuando muera mi abuelo qué habrá: ¡lo mismo!, espigas, tréboles, lo común. Cuando murió Cristo, hubo yuyos, hasta en el cielo.

poemas/EXILIO ÍNTIMO


EXILIO ÍNTIMO











I

Mi única virtud es existir.
Todo lo demás,
es abuso.














II

las extrañas líneas
que dibujan las horas
el sencillo acontecer del mundo
el sacrificio de la vida
la parodia de dios
a imagen y semejanza
del hombre
yo fuera de todo
separado y muerto
por concepto
por sentido común
y acaso
silencio
y acaso
silencio

y acaso
C O N C I E N C I A






III

Yo nací para lavar la loza.
Enjabonado, sacar restos de comida.
Hora, hora y media, parado frente
a cubiertos, platos, asaderas,
(debo lavar las asaderas).
Pero el pensamiento, ajeno.
El propósito es altivo.
Dejo la vida al paso
grasiento de la esponja.
Mi ansiedad se calma
acorralada por lo simple.
Un barullo agudo de vidrio y porcelana…
Y hondo,
en los abismos de mi sangre,
una paz reinante
nace bautizada,
por la gloria excepcional
de la fragancia.











IV
Porque de las interminables formas de morir,
(de dolor de aguja bajo las uñas,
lleno de sótanos poblando la justicia,
invadido de silencio,
como una flor, en el patio, de la helada,
arrodillado al ras de la omnisciencia,
o altivo, húmedo de humillación;
con una mente ajena rodeándome la luz;
con un deseo inmenso de verte);
sólo una
(huérfano de las horas...
en plena sinergia sobre el negocio de tu vientre;
anciano, con el mundo dentro;
o niño con el cielo fresco,
francamente herido por la frustración
de cualquiera, de mis fortalezas);
sólo una,
será la mía.







V
cercano al miedo
a lo oscuro
a palabras de polvo
y desvarío de viento
siempre próximo
por sangre fuerte
por fechas aún crudas
y este amor de azul cadena
seguiré
en razón en alma
lindante y firme
al miedo a lo oscuro

a lo oscuro















VII

Mi casa soy yo
donde quiera que vaya.
Las mudanzas dolientes
del amor y las cosas,
el destierro secreto de, la voz,
y la sombra...
han abierto mi carne.
Ventanales, pasillos de larga vida,
un sólido fuego.
Detrás de mi llanto
he encontrado el refugio,
sus brazos,
las tardes,
y la mesa servida.









VIII

Estoy vacío.
Miro el fondo, sólo cuelgan
las ramas, hondos reflejos.
Una hiriente ironía se apoderó del pasado,
un sol displicente de las cosas futuras!
Nada habita mi historia:
cuatro caras,
ruinas de mi génesis;
una boca anhelante.
(Y en susurros de amante,
con caricias violentas,
me aconseja la muerte).












IX


Me soy extraño.
Tengo el dolor
como aleteando
primerizo.
Y la luz,
enredando
pesares y fragancias;
permisiva,
quebradiza
entre habitaciones vacías
y lejanías mayores.












FAMILIA




I
Cuando vimos la lágrima,
nadie,
pudo creer el ruido.



















II


Fue inmaculada.
Y hoy
sobre años de hielo y prisa
cabalgamos llenos
del recuerdo,
resplandecemos

dispersos
sólo promesa















III

De cáncer
el insomnio dio sus críos.
En torno,
acunados en la sombra
éramos fuertes.
Días atrás
unidos en un gesto contra todos,
juramos
borrar la muerta…
Llorarla, eternamente, viva.

















IV


Mi padre juega,
al mundo
y siempre,
lo anticipa
esa,
familiar angustia.















IV
Por ellos

Si dijera algo así,
sin sus múltiples manos...
Si existo en mis cumbres heladas,
es gracias
a la luz que soportan
sus horizontes de sangre.
Y porque podemos
cambiar alturas o mudarnos
sin tocar jamás de nuevo
el fondo.










RA


I
Es la hora de la vida
y vas
insinuándote en las manos.
Nave triunfal de las eras,
sobre el polvo intestinal de las calles,
cae, tu cuerpo insonoro.
Como sangre de un sueño distante,
das el soplo
y albergas, los muertos
antiguos y recientes.
La vida comienza con tu vida
en esa indisoluble cópula del logos.
Es el comienzo del comienzo, nuevamente.
Es la hora de la hora
y la reciente lágrima anterior,
al sacrificio.







II

El sol excita
de soslayo
las veredas.
Ya en altura deja,
el orgullo;
se desvanece.
Entonces, viene
una noche,
de pasos miserables.















III
Cierro el día
en tu frente,
pensamiento primero.
Tu sombra de luz
Yo de nada.

Has desabrigado tu patio
de llanuras agrias,
prorrogo
yo tus pasos
de fuego en reversa.

Despido el cansancio
en la brisa otoñal
en tu pasaje
en tu ausencia.








ESPACIOS



I
Infinito
que corre dormido
en plazas o sutiles indecencias.
Que inventa paseos
y ausencias los días.
Si tan sólo uno
de tus círculos toca
la tierra no lo sé.
Si hay telones en tu brisa
o algún posible sueño tuyo es mundo,
no lo sé...



















II



Vi caer las flores.
Ante mi, vi caer muy lento
el día desengañándose en flores.
Vi lágrimas rosas caer lento.

Vi abrir puertas que el alma
del día iba, llenando de espacio.
Vi puertas ajenas que atravesó el viento.

Una gris muralla de nubes sobre el vidrio.
Vi vidrios de vida taciturna,
como ojos austeros que la luna
guardara, para otra noche.

La tristeza la vi, la vi afuera.
La tristeza, está afuera
aunque inquieta,
en el golpe de mi vida.




III


Pellizco el color blando del día

y anhelo, el roce de tu espiralado pelo.

Me interno en la sensibilidad

como en un agua clara

y tu mañana hace

piruetas en mí. Permanezco en ti,

soy lo incómodo en tu sexo.

Socorro anticipado, simple caricia.

Dejo la boca en tu vértigo y quiero,

hacer de ti mi ermita, mi tumba,

compartirte sólo con la muerte.

Y en las campanadas brillantes de la tarde,

mientras el sol planea no volver a verte,

quiero ser tu órbita púrpura y fea ,

y que tu seas,

mi árbol secreto, de sueños celestes.











IV

El color del cielo es el del vientre.
Me puedo ir allí y llorar
prendido al sol,
como hace horas
lo estuve a la sangre.
Un brazo antiguo,
por entre las cortinas,
me alcanza el color del cielo.
Y otro, indescriptible,
(como recién los suyos
balanceándome cerca del pecho)
me recordaba la casa,
y la manera de llegar.



















V
Los techos incansables,
soportan la belleza.
Más definitivos
más leales,
el calor y la tormenta abren,
un sexo centelleante que me asombra,
a mí, que soy de espacio,
de ojos que se agitan.
Es una guerra de antes:
resisten se avecinan.
Se alientan se avecinan….
Son miles se avecinan,
se deshacen…
En mí,
que soy de arena.

















HUMANIDAD








I

Que el tiempo sacuda
las pieles del olvido.
Que el tiempo sumerja
las manos en el vientre.
Que del barro saque la luz
como un diamante,
y que lo cuelgue
del cuello de todos.





















II

desobediencias

Debiste acorralarte,
cara a cara nada se escapa.
Debiste perdurar en muertes de piedra,
desafiarte en cenizas,
integrarte en el polvo.
Negar tus ojos ambiguos
soñarte, vivo y sin tiempo.
Debiste saber lo que es tiempo,
amarrar las luces en sombras
acomodar, tu cuerpo al deseo.

Era deber amaestrarnos,
castigar
entre aullidos y campanarios.
Aún, tristemente sucumbir
en lentos y lentos, lentos etnocidios.
Era amar asesinarnos.

Debimos ansiar lo infinito,
y que nuestra propia deshonra
inquiete excite se eleve,
en puntuales, o ilusas
desobediencias.







MUJER


I

Contengo el pulso
mientras vas
venís
y vas.
Doblas sin interrupciones
toda equilibrio
piel
temblor
papel











II

...Esperándote...
bajo techos de recuerdos y sombras,
entrepisos de cielo y bruma.
Supremo por ósmosis en dios,
mientras lo apenas mío.
Tanta estrella y distancia,
sustancia y huella que viene.
En un altillo,
amor.
Y el ansia
amor,
está quebrando,
los tallos
de la espera.










III


Penumbra y calma
donde,
respiros antes
diste
a luz tu río silvestre.
¿Un muerto es tan
feliz?
¿Hay tanta paz
del otro lado del día?
















IV

La mujer y una tristeza...
Bicorde
indescifrable
de mi hombría.

















V

Se me ha hecho mirada
que anticipa
y rige
que protege
o apunta.

Aún
me fue fidelidad
cuando salía del circo
aún,
cuando volvía del mundo.















VI
Me aferro
a lo nuestro
a la palabra,
como recién nacido de un fraude.
He ido pobre, `
oliendo de lejos,
mi hambre.
Pero me hundo
en el cielo
que labran los labios,
que disipa la carne.












VII

Tomo lo que queda.
Y creo
pasará luz...
La pequeña y mortuoria


en tu esquina.
















VIII
necesidad

En fronteras de polvo
Ese instante de agua y delicia
Más de lo que puedo
Cuando entender es evitable
La calle que estuvimos
Mi amor
Como un juego
Conspirando fuera la ausencia de dolor
Combatiendo noches
Ayer nomás mientras miraba
Hoy entre dedos
Ahora como nunca
Necesito











IX


Sí, cae una flor en nuestra casa,
noctámbula y profunda
de vientre interrumpido.
Y se escapa, por la única
forma que dios dejó de si en la esquina,
la posibilidad de dormirnos
sin el susurro de un cuerpo,
sin alargarnos la vida
sin tu tierna vigilia,
o mi sueño.
Sí... Una flor en nuestra casa.









Poema Mujer


p o e m a m u j e r

..............................

Si este médano

no es tu piel,

será el otro...

o quizá

otro

en otras

tardes amarillas

de ingobernable silencio.

..................................................................

Tu cuerpo como un cuerpo por siempre

nuestra muerte... ya no muerte, hay mirada.

La luz que sostiene tu risa

en edades que posan, que amargan

la idea única de eternidad espía.

Giro, el origen que rige fragilidades,

roces, la tierra en la boca...

algún espejo... su doble de arcilla.

Me prestas el pulso, el juego, la noche

y te prestan y mi letra intrigante,

y la carga de días arrolla lo propio (susurro).

Y te sigo en caída hacia el alba Gigante.

..................................................................

T e espero profetizada,

bajo techos de tiempos y sombras

entrepisos de cielo y bruma.

Alimentándome por ósmosis, de dios

mientras lo apenas mío,

tanta estrella y distancia,

sustancia, y huella que viene.

En un altillo,

amor.

Y el ansia

amor,

está quebrando,

los tallos

en la espera.


..............................................................

necesidad

en fronteras de polvo

ese instante de agua y delicia

más de lo que puedo

cuando entender es evitable

la calle que estuvimos

mi amor

como un juego sólo de comienzos

conspirando fuera, la ausencia de dolor

combatiendo noches

ayer nomás mientras miraba

hoy entre dedos

ahora como nunca

necesito

...........................................................

contengo el pulso

mientras vas

venís

y vas.

doblas sin interrupciones

toda equilibrio

piel

temblor

papel



.......................................................................

Tu cuerpo es el trofeo de las horas.

tu olor

la ley de la espera.

............................................................


La mujer y una tristeza...

Bicorde

indescifrable

de mi hombría.

.......................................................

Tienes en la palma de tu manto

el tacto refulgente.

Me asombra

la estela de tramas,

creación de cálidas constelaciones.

Lo supe ayer cuando rozaste

mi deseo, el consuelo,

este desvarío con ese,

tu vestido de alas perfumado.

.........................................................


Cuanto más sigo tu cuerpo

más se me antoja

la idea.

...........................................................

tus cosas rodean mis ojos como símbolo

abrazan la cara encuentra

el día como amigo;

color, forma, el reposo tuyo,

la inocencia, ellos;

mi baldío con impropia atmósfera

de ausencia menos prolongada

no alteran

la luz

el grillo universal que calla

tras la agonía, de verdadera sombra

...............................................................

Se me ha hecho alambrado de fino tiempo

que anticipa

y rige

que protege

o señala.

Aún,

me fue fidelidad

cuando salía del circo

aún

cuando volvía del mundo.

.........................................

Tomo lo que queda.

Y creo

pasará luz...

La pequeña y mortuoria

en tu esquina.

.........................................

Están pasando

los posibles,

los imposibles sueños.

Mientras dormimos la sangre,

este amor de coincidencias,

resoluto o fugitivo,

está pasando.

Me roza el hombro

con luz de madre,

tu pequeño llanto

de acolchonada tristeza,

y moja

un cielo inconcluso de cosas para vos,

la fecha,

la que sigue de largo,

y no es ni triunfo, ni miseria.

Mientras ordenas,

mientras desarmo,

el amor se ama en espejos,

de amores vecinos.

Frente a espejos dulces de otros,

en esa hora insignificante

el amor,

prueba y confunde,

luego,

la esencia y decencia

de nuestras bocas.

..........................

Pero cae una flor en nuestra casa

noctámbula y profunda

de vientre interrumpido.

Y se escapa,

por la única forma que dios

dejó de sí en la esquina,

la posibilidad de la noche

sin un susurro de cuerpos,

sin alargarnos la vida

sin tu tierna vigilia

o mi sueño.

...............................................

Linda luna...

Vuelca tu leche

en sus costas y horizontes.

Gran océano,

con tu canto nupcial

rocías su ensueño nocturno

y una nueva vida

mística, profana, llena de ritos

la inicia; y baila su frío y la luna.

Hermoso mundo

arenas y troncos perimetrales.

Su entorno es una pecera, los vidrios...

Vidrios mis ojos,

fragilidad y nostalgia.

Desierto es mi cama,

austero tesoro de piel y agua

que hoy desconozco,

por un pan de aquel aire.

Respiraciones...amar es respirar,

y amo en el abismo mientras su boca

bucea por mí, hacia las noches.

..................................................

d e s p e d i d a

Lloro ante nadie

presentes inmortales,

que me separan de ti

como a un arenoso suspiro,

de los continentes del alma.

Lloro y suspiro

porque hay un silencio en la carne... Y escucho

que hasta el tiempo

morirá en deshielo,

y su ausencia

es mi miseria.